HAMBRE ABAJO
Estamos
yendo demasiado lejos. Quizás hacia ninguna parte. Porque hay un empeño en
destruir el camino, en sembrarlo de fronteras para que crezcan muros divisorios
que dejen patentes quién es y quién no fundado en el tener o no tener.
La
historia es la triste historia de la prevalencia del tener sobre el ser. Hay
que lograr que el subsistir domine sobre el existir, el poseer sobre el
sustentarse a sí mismo, la evidencia sobre el misterio, el desarrollo de las
cosas sobre la aventura de caminar hacia la propia grandeza.
La
historia es la triste historia de no atreverse a ser humanidad y postergarla a
un más allá que las religiones han tratado de convertir en ideal, en meta de
consuelo para desalojar de este mundo a los pobres y entregarlo a los
poderosos. Los humildes, los que lloran, los perseguidos conseguirán la
felicidad en un cielo posterior a la muerte, mientras que la opulencia, la
comida, el agua pertenecen a unos potentados que lavan todos los días sus
conciencias con donativos brillantes a los sacerdotes de un dios ajeno y que
también alcanzarán la bienaventuranza de la eternidad porque ese dios les
tendrá en cuenta suplir la justicia por la limosna. Las religiones prometen
porvenir, nunca futuro, mientras el dinero explota el presente a costa de las
lágrimas del crucificado que va por las aceras.
¿Y
el día en que esa mayoría de pobres sentados en las puertas del mundo,
suplicando una limosna, un trocito de esperanza, una ración caliente de
alegría, una dosis de sonrisa se ponga en pie, camine, aglutine su debilidad, reúna
la totalidad de su anorexia y haga
frente a la feliz vivencia de los erguidos en su soberbia? Porque el hambre es
un grito del estómago que se perpetúa en el eco de los montes de toda la tierra.
Porque la falta de techos convierte en rígidos los músculos maleables de la
ternura. Porque el hombre puede ser fiera cuando los demás son fieras para él.
Son
millones los parados prefabricados, los enfermos olvidados porque son dolor
improductivo, porque son viejos que no crean riqueza, porque son pobres
indignos de un techo, porque son niños con un mañana de limosna, porque la
mujer maltratada no merece besos, porque los dependientes deben acostumbrarse a
depender sin que nadie les empuje la vida.
Hay
hambre. En España hay mucha hambre. Niños mal nutridos con vientres que se van
arqueando, con inválidos reducidos a ser menos válidos, con la desesperanza en
los ojos, con la risa talada, arrinconada la alegría. Porque una cerveza es un
lujo, porque el colegio es una pesadilla, porque el beso sólo encuentra la boca
de la pena.
Todo
es hambre. Hambre abajo, en cuesta, en pendiente hacia ninguna parte, hacia el
precipicio del suicidio, la soga en la viga de la casa que nunca será
suya, la esperanza colgada de una
hipoteca explosiva, con las ruedas del blindado atropellando ilusiones.
Nos
estamos desangrando sin hospitales, con casas de socorro y esparadrapo apenas.
Hemoptisis de asco precediendo a la desesperanza, a la náusea de vivir, a la
pasión inútil de Sartre. España es ex españa, la que tal vez fue, la que no
será ya nunca porque algunos patriotas se han empeñado en despeñarla hambre
abajo, estrellada en el suelo, rota.
Queda
la crueldad de un gobierno reduciendo ciudadanía a déficit, cuidando la prima
de riesgo por encima de la estima por los derechos básicos, mirando
burlonamente por encima del hombro el grito desesperado de la calle. Y he dicho
crueldad porque crueldad es. Porque es cruel decir que estamos mejor hoy que
ayer, porque no podemos desear que se jodan los que no tienen para comer,
porque no se puede liberar a la banca mientras se encierra a los ciudadanos,
porque no se puede hablar de patria cuando se regalan las ilusiones a un
gobierno alemán que necesita apretar para ganar votos.
Hambre
abajo. Para desintegrar allá en el fondo la esperanza. Para volatilizar a
generaciones como una polvareda sobre el smoking elegante del dinero.
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