sábado, 11 de diciembre de 2010

IGLESIA OBSESIONADA

La Jerarquía católica se lamenta machaconamente de sufrir una gran persecución. En realidad es sólo un complejo interesadamente manipulado, consecuencia de una deformación de su entorno mundanal. Esa postura farisaica lleva a la Iglesia a la soberbia de proclamarse santa sin sombra de mancha alguna. Se cierra entonces en su propia endogamia y se enorgullece de no ser pecadora como los que están en el mundo expuestos a la destrucción de las almas. Desde su arrogante santidad desprecia todo lo que no es ella misma. Nunca en la historia se ha sentido pecadora, itinerante hacia una cumbre definitiva. El arrepentimiento es una actitud que deben ejercer los humanos, pero nunca ella, que está concebida en santidad original y su horizonte escatológico no es más que el reconocimiento supremo de su inmaculada concepción, de su caminar santo y de su llegada a la plenitud vestida de blanco.

Jesús Sanz, Arzobispo de Oviedo, habla de “la cristianofobia del laicismo beligerante y la barata facilidad con la que la Iglesia es sometida a befa y mofa". Se pregunta el Arzobispo "por qué hay patente de corso en esa exclusión del hecho religioso en general y del cristiano y eclesial en particular". "Los intolerantes imponen su censura" para desgastar "la presencia cristiana" con "posiciones políticas, culturales y mediáticas que tratan de atacar y destruir al cristianismo".

Rouco arremetió contra el "anticlericalismo y secularismo agresivo” que, en su opinión, se vive en nuestro país. Por su parte, Cañizares invitó a los fieles a "la confianza en el amor de Dios y en su victoria sobre el mal", ante las "muchas dificultades, grandes y graves, en la Iglesia y en el mundo, también en España". "Vivimos –asegura- unos momentos en que no se sabe lo que es el mal o se piensa que apenas hace daño el hacerlo".

La Jerarquía no se plantea la asunción de culpabilidad propia alguna. “El infierno son los otros” diría Sartre. No asume la Iglesia que ella sea su propio problema y carga sobre los demás la indiferencia o la antipatía que despierta.

Algún Papa ha llegado a afirmar que la quema de herejes era un mandato del Espíritu Santo. Ha despreciado los avances científicos, ha condenado las profundizaciones filosóficas, ha anulado la creatividad teológica, ha arrinconado a la mujer hasta poner en duda la posesión de un alma, ha subestimado la afloración literaria, ha luchado contra toda cultura que no sea la occidental inspirada en supuestos valores cristianos, ha borrado la teología de la liberación y condenado al ostracismo a sus autores comprometidos con el mundo de la pobreza, ha contemporizado con dictaduras abominables. Podíamos seguir. Confunden deliberadamente cristianofobia con aversión a una Jerarquía obsesionada con la propia persecución. La toma de conciencia de una laicicidad por parte de la ciudadanía, como vivencia autónoma y fecunda frente a la concepción mistérica del mundo, brinda a la Iglesia la oportunidad de experimentar su independencia. Pero permanece ligada por el cordón umbilical del dinero. La ligazón económica de alguien conlleva la sumisión en el trabajo, la aceptación de los malos tratos por parte de mujeres esclavizadas, el sometimiento a directrices sobre las que se pasa sin apenas dirigirles la mirada. La autonomía laica de la humanidad le proporciona a la Jerarquía la agilidad suficiente para proclamar su mensaje y exigir el derecho a la más libre de las expresiones. Morder la mano de quien te da de comer y exigir al mismo tiempo que siga proporcionando comida entraña una contradicción “in terminis”.

La Iglesia es un problema para sí misma. Y en la medida en que aspira a una imposición dictatorial sobre las conciencias, es también un problema para la humanidad. Sólo la libertad, creadora de amor y esperanza, nos devolverá la armonía de la convivencia con nosotros mismos.

No hay comentarios: