MI CASITA DE
PAPEL
Para vosotros, sin vivienda, que pedís el techo de una
sombra.
¿Se
acuerdan?: qué felices seremos los dos…viviendo en mi casita de papel. Se acabó
el ladrillo visto, el cemento oscuro y agresivo, las columnas oxidadas de hierro.
Ha triunfado la papiroflexia: escribes un poema, doblas el papel en cuatro, en
ocho, en no sé cuántos pliegues y te sale una barquito que dispara versos a las
estrellas y palomas que arrullan los claveles y aviones que chorrean jazmines
sevillanos. Y con un asesoramiento ministerial de la vivienda construirás una
casita de treinta metros cuadrados. Los besos juntos, juntas las caricias y
juntas las alegrías.
Derecho
a una vivienda digna, dice la Constitución.
La
dignidad no se mide por metros, dice la Ministra.
Tiene
Vd. razón. La dignidad no ocupa superficie. Es vertical como los cipreses, como los
tallos de la luz No me preocupa la
dignidad, Ministra. Me preocupan las penas. No hay lugar para ellas en los
treinta metros cuadrados. Y no quisiera dejarlas fuera por si el viento, por si
la nieve, por si la lluvia. Por si alguien me las roba creyendo que las penas
del otro siempre son más leves que las propias. A lo mejor el ladrón no las riega, no las alimenta, no contempla
sus rosas azules. Y Las penas se mueren de pena, de lejanía, de abandono. Las
quiero junto a mí, Ministra. Pero no me caben. Pena de hombre solo, olvidado.
Con versos desordenados por las esquinas. Con soledades colgadas de perchas
como si estuvieran ahorcadas. Con indiferencias sentadas en los taburetes. Con
complejos impares, boca arriba en la cama. Con manos sin cintura. Con cuerpo
sin cuerpo, con manos palpando vacío solo.
No
me caben las penas, Ministra. ¿Y qué hace un hombre sin sus penas? A Usted quisiera yo verla, acomodando su hermosa
estructura, rodeada de órdenes ministeriales, reales decretos, guardaespaldas,
tentaciones deshonestas del tres por ciento. Pero sin una pena que llevarse a
los labios.
¿Lo
aguantaría? Estoy seguro que exigiría a
la Ministra de la Vivienda, que se exigiría a sí misma, unos ventanales anchos,
unas celosías abiertas de par en par y una terraza sembrada de geranios,
claveles y pensamientos morados.
Dignidad
aparte, le agradezco los treinta metros cuadrados. Me voy a echar a andar por los caminos
grandes, bajo lunas inmensas, abrazado a mis penas grises, negras, mis penas
humanas y humanizantes. Seguro que habrá un olivo de sombra redonda para
reposar el cansancio, el inmenso cansancio de ser hombre.
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