CUALQUIER DÍA ES MIERCOLES
Cualquier
día es miércoles, pero no siempre es catorce de noviembre. Hay quien habla de un antes y un después,
quien asegura que es una fecha histórica, quien reivindica su recuerdo para
siempre. Pero el tiempo es una memoria blanda y dudaremos dentro de poco si fue
el catorce, si era miércoles, si el otoño se hizo primavera, o si era víspera
irremediable de un invierno.
Pero
existió un miércoles, catorce de noviembre de dos mil doce. Los sindicatos,
junto a ciento cincuenta organizaciones sociales, habían convocado una huelga a
nivel nacional con manifestaciones en
todas las ciudades al caer la tarde porque la vida, como la tarde, se nos
estaba cayendo.
Desde
su convocatoria hasta su celebración, las tertulias radiofónicas y televisivas,
los artículos de opinión, las editoriales, chorrearon teorías sobre su
conveniencia, su posible éxito o fracaso, su oportunidad, su negativa
aportación a la economía del país. Los empresario reconocían el derecho a la
huelga (siempre demócratas ellos, aunque sin vincularse a la democracia ellos, oligarquía
más bien la de ellos) pero asegurando que no era buen momento, economía aparte,
por la mala imagen que daríamos a los mercados y a los demás países. Los
empresarios, vestida el alma de smoking, perfumados y con crema anti age
cuidaban la imagen de España ante el extranjero como cuidaban la suya ante la
amante que les acompañaba a un congreso importante para gente importante. Los
parados por millones, los desahuciados, los viejos-avecrem, los dependientes
sin una mano que empuje la vida, los sin cartilla para una diálisis, los
jóvenes sin futuro, los estómagos que gritan hambre, los enfermos ingresados en
una sanidad-beneficencia, los que no tienen el primer trabajo, los que ya no
tienen el último…Todos eso se tapa con el manto de la virgen del Rocío, amiga
de Fátima Báñez o se le encarga a Wert que niegue la realidad.
Y
muchos tertulianos y articulistas con la pregunta que les secó las neuronas:
¿Sirve una huelga para arreglar la situación?
¿Si la actual política económica es la única posible, qué van a solucionar los partidarios de una huelga?
Es
verdad que una huelga no santifica la economía ni la mediocridad de nuestros
gobernantes, ni la inercia de una oposición-hisopo esparciendo agua maldita
sobre la bancada contraria. Y a fuerza de esgrimir el argumento de su
inutilidad, el gobierno y sus adláteres van creando una conciencia de fracaso
anticipado que desvirtúa la fuerza de un pueblo que se pone en marcha, que se
sabe depositario del poder, que puede llegar a denunciar el incumplimiento de
unas promesas electorales incumplidas, que puede enfrentarse a decisiones
contrarias al bien de la sociedad. ¿Qué
soluciones aportan los huelguistas? Es una pregunta lanzada contra la frente de
quienes salen a la calle a exigir la devolución de unos derechos usurpados, de
una sanidad, de una educación, de una vivienda digna reconocida por la
Constitución, de un trabajo como derecho, nunca como regalo, de una ruptura de
la reforma laboral que deja el horario, el sueldo, la movilidad, el despido en
manos de quien tiene el dinero y dispone de los trabajadores a su antojo como
quien cambia de traje, de perfume o de
zapatos.
Aún
reconociendo por parte de muchos la postura de un mundo boca abajo,
distorsionado como un calidoscopio amargo, continúa la pregunta: ¿Arregla algo
una huelga? Y el vaticinio envenenado: nada se consigue, todo seguirá igual. T
Tertsch describiendo el día anterior el fracaso de lo que todavía no ha
sucedido. Y Francisco Marhuenda, hueco, sin esqueleto interior que le sostenga
el cerebro, asegurando que es un fracaso “porque si alguien que hace una cosa
fracasa, es un fracasado” Y Marhuenda siguió dando clases en la Universidad a
la muchachada mejor preparada de la historia y dirigiendo un periódico que
burlonamente se llama LA RAZON.
¿Pero
es el papel de una huelga arreglar una situación creada por los grandes bancos,
los especuladores, los mercados deshumanizados, por reformas laborales, por
privatización de la sanidad, por hacer de la educación un despojo, por dejarlo
todo en manos privadas para convertir en negocio los derechos? Nadie, ni los
convocantes, ni los participantes, ni los que miran por encima del hombro con
desprecio y hasta con sublime antipatía, deben esperar que una huelga sea una
solución. El papel de la huelga es exigir
soluciones a aquellos que prometieron implantarlas porque repitieron hasta
la saciedad que tenían el diagnóstico correcto y las soluciones idóneas para
cambiar una sociedad que venía ya herida del pasado. Sabían cómo crear empleo,
cómo hacer frente a los mercados, cómo vivir bajando impuestos, como mejorar la
sanidad y la educación, cómo cuidar con más esmero de los dependientes, cómo
subir las pensiones miserables de muchos, cómo abrazar con cariño a las mujeres
maltratadas, cómo mimar a la infancia haciendo compatible el trabajo y el
cuidado de la niñez, cómo…Y lo juraron “por mi conciencia y honor…” La huelga sirve para eso, para exigir el
cumplimiento de lo prometido, para que se convierta en realidad lo que nos
dijeron que iba a ser realidad, para que
el canje voto por promesa culmine en cumplimiento.
Quien
exige soluciones a una huelga es un malintencionado consciente. De ahí el interés
de los gobiernos en no reconocer el éxito numérico y argumental, porque les
coloca ante su propio fracaso y su propia traición.
Cualquier
día es miércoles. Cualquier día es una exigencia. Cualquier día es un éxito.
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