Esa noticia oscura que es el hombre,
grito opaco sin eco.
Estamos en un bosque sin salida.
Una liana vertical a lo mejor,
tan sólo a lo mejor.
Es probable que no nos oiga nadie,
que nadie escuche
la desesperación de la palabra.
Es probable que nadie se pregunte
por qué somos ausencia, pura ausencia.
Es probable que nadie eche de menos
la tristeza que somos,
la locura que somos,
el suicidio del grito
que se ahoga en sí mismo,
en la negra garganta del silencio.
Nunca seré un recuerdo
en tu piel arena estremecida.
Nunca seré el beso tatuado
para siempre en tu boca.
Es probable que ni sombra siquiera,
que ni tacto añorado,
que ni olvido olvidado.
Es probable que nada entre la nada,
plomo gris como un agua de plomo
en los tobillos negros de la noche.
Es probable que este bosque de montes
sea un hospicio sin puertas,
sin ventanas para descolgar el grito,
Y suicidar la pena sola, sola,
soñando el esqueleto de las sombras.
1 comentario:
El invierno siguiente lo pasé en esa pintoresca y apacible bahía de Rapallo, no lejos de Génova, que se extiende entre Chiavari y el promontorio de Portofino. Mi salud no era todo lo buena que hubiese sido de desear, y el invierno resultó frío y muy lluvioso. En el pequeño albergue situado al lado mismo del mar no se podía dormir por las noches a causa del oleaje. Pese a todo, y casi para demostrar mi tesis de que todo lo decisivo nace en las peores circunstancias, mi Zaratustra vino al mundo en ese invierno y en medio de tan desfavorables circunstancias.
Por las mañanas escalaba yo la cumbre, en dirección sur por la estupenda carretera que llegaba hasta Zoagli, a través de los pinos, viendo como se extendía el mar hasta el horizonte. Por las tardes, cuando mi salud me lo permitía, bordeaba toda la bahía de santa Margherita, hasta llegar más allá de Portofino. Este lugar y este paisaje me llegaban tal vez más adentro por el cariño que les tenía el inolvidable emperador alemán Federico III. Por cierto que, en el otoño de 1886, me encontraba yo también casualmente en esta costa, cuando él visitó por última vez este oasis perdido de felicidad. A lo largo de estos dos paseos concebí toda la primera parte del Zaratustra, y principalmente el tipo del protagonista; aunque, a decir verdad, fue éste quien me asaltó a mí.
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Para entender mejor este tipo hay que tener antes muy claro cuál es su condición fisiológica previa. Y ésta no es otra que la que yo llamo la gran salud. No sabría explicar mejor y de una forma más personal esta idea de lo que hago en uno de los apartados finales del libro quinto de La gaya ciencia. En él se dice: “Nosotros los hombres nuevos, los que no tenemos nombre, los difíciles de comprender; partos prematuros de un futuro no demostrado aún, precisamos, para un fin nuevo, un medio nuevo también, a saber, una salud nueva, más vigorosa, más aguda, más resistente, más arriesgada, más alegre que cuanto lo ha sido hasta ahora toda salud.
Aquel cuya alma ansía haber vivido directamente todos los valores y todas las aspiraciones que han habido hasta hoy y de haber recorrido todas las costas de ese “mediterráneo” ideal; aquel que quiere conocer, por las aventuras de su experiencia más personal, lo que siente quien descubre y conquista el ideal, y a la vez lo que siente un artista, un santo, un legislador, un sabio, un erudito, un hombre piadoso, un solitario divino de los de antaño, antes que nada, tendrá necesidad de una cosa: de gran salud, de una salud que no solo se tenga, sino que además se haya de conquistar constantemente, pues una y otra vez se consigue y una y otra vez hay que volverla a dar…Y ahora, después de haber estado largo tiempo en camino, nosotros, los argonautas del ideal, más valientes quizá de lo que aconsejaría la prudencia, tras haber naufragado y sufrido muchas veces, pero, como se ha dicho, más sanos de lo que se nos desearía, peligrosa y constantemente sanos, nos parece como si, en pago a ello, tuviéramos delante una tierra no descubierta aún, cuyos límites no ha abarcado nadie todavía con sus ojos, un más allá de todas las tierras y de todos los rincones del ideal escondidos hasta ahora, un mundo tan sumamente rico en cosas bellas, extrañas, problemáticas, terribles y divinas, que tanto nuestra curiosidad como nuestra ansia de poder se han salido de sus límites hasta el punto de que, ¡ay!, ya no existe nada que pueda llenarnos…
Extracto del libro autobiográfico “Ecce Homo” de Friedrich Nietzsche
¡Salud Maestro!
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