Guillena está al sur de la pena. Alguien abandonó las rosas bajo tierra y se ha convertido en sangre el agua filtrada de la lluvia. Erial de la tristeza enterrada bajo el olvido para que nadie encuentre las raíces de tanta angustia acumulada. Guillena por Sevilla, con giraldas invertidas y un Guadalquivir que esconde la cara entre las manos para que nadie vea la vergüenza del olvido obstinado.
Guillena está al sur de faralaes, de mantillas y mantones de manila. Guillena al sur de la alegría, de cachorros, macarenas y trianas. Guillena está donde está porque lo quiso Dios y Dios se llama Manué, Silencio o Gran Poder. Guillena humana, más humana que nunca con su pena-alegre, con su alegre-pena por las calles de España, enterradas las rosas, para siempre enterradas.
Con un cepillito leve, para no lastimar el olvido. Acariciando las fibras de la tierra madre. Tan madre que tiene encinta su vientre de pétalos caídos, oxidado tal vez para que nadie reclame el olvido amortajado de olvido. Para que nadie recuerde a las rosas que amaron boca arriba a sus hombres, a los hijos paridos para cuidar olivos, trigales y el algodón cosechado por los hijos del hambre.
Guillena cementerio de balas homicidas. Balas asesinas, destructoras de nucas de mujer. Eterno pañuelo negro por el luto de sus machos muertos contra inocentes tapias de cementerios blancos. Mujeres envolviendo su pena, penita, pena en delantales para comerse calientes los recuerdos de noches con luna llena.
Guillena a escondidas. Llorando en silencio, velando las rosas arrancadas, palpando cementerios irredentos porque estaban pisados por sacrílegas botas asesinas. Queriendo plantar rosales allí donde las rosas escalaban la tierra para subirse al sol, al abrazo de los nietos crecidos, de los hermanos viejos, muy viejos con la angustia enredada en el cuello, ahogando las penas, ahorcando las vidas de posguerra infinita. Nunca les llegó la paz porque un día los dejaron sin rosas que llevarse a la aventura de limitar al sur con la tristeza.
Guillena-viernes-santo. Sin domingos de pascua. Sin la luz estrenada de los amaneceres. Cristos amortajados y vírgenes de lágrimas. Guillena-semana-santa sin el gozo dominguero de mollete con manteca colorá. Guillena de madrugá, de anochecer en silencio junto al brasero humilde que calienta los pies pero que deja el alma “arresía” porque el alma está muy alta, subida a los recuerdos de las rosas pisadas, más bien pisoteadas por asesinos condecorados con mitras y palios de oro.
Guillena está de pié. Venciendo a la muerte de las rosas, de diez y siete rosas con su perfume de flores disecadas pero vivas, huesos limpios pero vivos, acostumbradas a la tierra de donde nace el hombre, a donde vuelve el hombre cuando el asco de la vida, cuando el gozo de la vida, cuando el cansancio de la vida, cuando la gloria de la vida nos va inculcando el polvo, el polvo enamorado, amante para siempre, para siempre abrazado a su origen de tierra semental de futuro.
Están los toros negros en la dehesa alegre de la luna, corneando el pasado para herirlo de vida, embistiendo femorales militares de polainas oscuras de tanta muerte, de tanta sangre de rosas apiladas en las cunetas de España. Están los hombres machos amando antiguos huesos. Brindando bienvenidas, ofreciéndole al viento alamares de recuerdos, de cariño estrenado, del sol sembrado desde entonces, resucitado ahora.
Diez y siete rosas decorando para siempre a un pueblo sureño. Por los huesos de las rosas, por la resurrección de las rosas. Porque su historia ha recuperado el perfume del ayer, la nostalgia del ayer, los jazmines de las tumbas.
Es más domingo cada tarde de domingo porque para siempre tendremos un ramo de rosas en las manos.
1 comentario:
muy buenos todos los temas que toca rafaelfernandonavarro tiene una pluma muy fina y muy certera mi enhorabuena siga asi
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