La libertad es la anchura por donde el hombre hace camino con dignidad. Cuando se estrecha, el mundo es sólo una estadística de muertos. Muchos viven convencidos de que la vida es hermosa como un desnudo griego. Otros prefieren la cornada del vacío y voluntariamente se van por las cañerías oscuras de la muerte.
La libertad es como el primer beso, tan deseado y tan desconcertante. Una luz repentina que se inyecta y sientes la sangre de luna por las venas. Pero para algunos es tan desconcertante que lo escupen al viento. Se han castrado los besos de la boca. Cada sonrisa -dicen- esconde unos dientes. Cada apretón de manos, unas uñas. Y entonces muerden primero, como legítima defensa, como instinto de conservación. Y luego escupen porque ya nunca sabrán la hermosura de unos labios.
En aquel tiempo prohibían escupir en el bar, en el parque, en las aceras. Eran tiempos de tisis, de santo rosario a las siete. Se escupía el hambre, la cartilla de racionamiento, el azúcar moreno de estraperlo. Mujeres morenas, viudas para siempre, delantal negro para cinturas con odio. Tiempos de tapias y amaneceres de balas. Se escupía el rencor, la miseria. Un símbolo escupir. No quedaba otro remedio. Estaba la palabra pisada en los adentros. Demasiados tricornios apuntando al pensamiento. Puerta del Sol-calabozos. Carabancheles sembradas junto a las carreteras, como una cosecha negra de espigas negras, muy negras. Se escupía la amenaza contra el vecino del quinto delator. Se escupía contra camisas azules que tú bordaste en rojo ayer, contra uniformes novios de la muerte, contra curas de manos sucias y monjas de hospicios olvidados.
Prohibido escupir. Pero no quedaba más remedio. Todo era delito-pecado. Cárcel e infierno eran la misma cosa. Dios vivía en El Pardo en contacto directo con el Vaticano cóplice. Todo era delito-pecado. Lo mismo acariciar unas caderas que leer a Sartre o Camus. Escupir. Sólo quedaba escupir.
Un día se abrió el cielo de noviembre y sembramos de flores las aceras. Llenamos de libertad las terrazas, los balcones de la Alambra, los hombros de la Giralda. Nos instalamos en la anchura donde el hombre hace camino con dignidad. Y en esas andamos. Enterrados los miedos, con amaneceres vitales, con tapias de musgo verde. España se ha vuelto hermosa como un desnudo griego.
La libertad humaniza, pero da vértigo. No se acostumbraron algunos cuando ella se hizo carne hace treinta y algunos años. No supieron aguantar el doble filo, la altura que aporta alas a quien aguanta o mata a quien es incapaz de una amistad con el aire. Se quedaron en el asco de escupir.
Alfredo Pérez Rubalcaba ha tenido un problema de salud. Pudo ser grave para alegría de unos. Ha sido leve para tranquilidad de muchos. De cáncer se habló, de septicemia. Y vino la expectoración.
Federico Jiménez Losantos: “A Rubalbaca hay que extirparlo como a todos los cánceres”. Desea su curación “no por caridad, sino por simple razón de justicia”, porque, “tiene que sentarse en el banquillo por el caso Faisán. Y tal vez por el 11-M. Y seguramente, por comprar el silencio de los asesinos de los GAL” Y Curri Valenzuela: “Esto será muy malo para su salud física, pero es muy bueno para su salud política” Carlos Dávila acusa al Ministro de inventar su propia enfermedad y mentir al estilo de Gobbels. Y podemos seguir por emisoras y programas y cadenas.
Todavía quedan quienes no son de izquierdas, ni de derechas. Ni siquiera de ultraderecha. Algunos, incapaces de beberse a chorros la alegría, son capaces tan sólo de escupir.
1 comentario:
¡Qué bonito!, mi querido Rafael. No sé qué cabeza tan 'bien amueblada' tienes, como para expresar tanta verdad con esa belleza tan tuya.¡Qué imágenes tan bellas!
Todo tú eres un hermoso poema que, al leerlo, te engancha de forma tal que vuelves y vuelves a él, queriendo apresar toda la poesía que él encierra. Poesía-realidad-denuncia fundidas en un todo único e incomparable. Lo quiero asir y se me escurre. ¡Que grande eres, Rafael!
Nunca insultas, y, sin embargo tus palabras pueden ser afilados puñales para aquellos que lo merecen; y dulces rosas sin espinas para cualquier espíritu sensible.
Tienes razón con las espinas de mis escritos. Acaban pinchándome y mi sangre se escapa indignada, sin contención...
Perdóname, amigo mío, pero estos días estoy más ocupada de lo normal, reuniones en Valencia, comidas y cenas fuera de casa. Cuando llego, suelo estar cansada (la edad...). Ahora mismo son las 2'30, me caigo de sueño, pero no puedo irme a la cama sin escribirte.
Un beso, bonico.
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