Felipe tenía cierto grado de razón: los expresidentes son jarrones chinos que nadie sabe dónde situar. El Estado Español les concede una serie de privilegios que ellos aprovechan para sus particulares formas de ganarse la vida. Unos sembrando conocimientos por el mundo. Otros (ahorremos nombres) ejerciendo una actitud servil ante sus nuevos amos como encargados de desprestigiar la España que un día gobernaron y a la que por un despecho inexplicable lapidan ahora como talibanes de burka íntimo.
El Presidente Suárez se ha olvidado de sí mismo. Responde –dicen- a los besos y caricias. Por suerte nunca comprenderá las balas de un terrorista alojado en medios de comunicación donde la nostalgia se lleva en el brazo como un antiguo luto. “El PNV engañó al gobierno, pero el engaño de Suárez al país fue mayor, producto de su carencia de principios, unida a su ignorancia de la historia e incultura general. Sus desaciertos los está pagando el país hoy, plenamente, con el gobierno de Rodríguez” “Jugó a hacerse el izquierdista” y a debilitar a la derecha de Fraga, procurando que sobre ella recayera el calificativo de franquista” Déjenlo ahí. Que nadie recoja la blasfemia. Vale la pena ir cosechando memoria para ofrecérsela a un Presidente cubierto de recuerdos otoñales.
Nadie sabe dónde colocar los jarrones. Pero es más preocupante qué hacer con los cacharros. A exministros me refiero. Mayor Oreja, Federico Trillo, Fernando Suárez, Matutes y tantos otros. Y ahora Eduardo Serra. Hombre saltimbanqui con la agilidad que da la costumbre de trajearse de limpio cada mañana. Supo pasar de UCD al PSOE, de Aznar a Presidente de Everis y consejero de empresas varias. Ahora ha capitaneado a un grupo de empresarios y acortando camino como ciertos desertores de la democracia, enfiló carretera del Pardo. Pero no llegó a la placita final, ya sin guarda mora, sin coches de Capitanes Generales, sin Martínez Bordiú-bata-blanca-fonendo. Se quedó en el Palacio de la Zarzuela, lejos de Moncloa, del Congreso, del Senado. Directo a la nuca, al Rey, reponiéndose de transfusiones azules, con el pulmón remendado hace unos meses. España está imposible, Majestad. Hay que darle un giro a la economía. La patria está al borde de sí misma. Nos come Marruecos, Irlanda, Portugal, Europa. Rajoy es un ectoplasma. Pons-María Dolores-Alicia hacen lo que pueden. Poco, Majestad. Difamar, calumniar, desprestigiar. Algo es, pero poco. Aznar embiste, cornea las ingles y consigue hematomas, embolias, hemoptisis. Pero no basta. Y aquí estoy, Señor. Aquí estamos. Ante V.M que es el ombligo patrio. El centro del centro de todos los centros. No quiero hablar con Zapatero-Presidente. Lo han elegido los españoles, es cierto. Pero esa elección es un detalle, sólo un detalle que podemos pasar por alto. Presentarme ante él sería protocolo, sólo protocolo. Pasaba por aquí, camino de El Pardo. No, no me refiero al Palacio. Al Pardo pueblo decía. Con su Cristo allá en lo alto, contemplando la España cristiana, empresarial y cristiana, preocupada por los valores eternos del dinero. Dinero, pero cristiano, como fue siempre la peseta, con su caudillo por la gracia de Dios. No es un golpe de estado, ni siquiera venial, ni siquiera palmada en la espalda. Eso son prejuicios de Llamazares. Venimos como peregrinos, para hacer la ofrenda a V.M. como apóstol santiago con minúsculas. Para pedirle que se vista de gala y ponga firmes a Zapatero-presidente-protocolo, a Rubalcaba-presidente del Madrid, a Salgado-presidenta del euro. Se lo pido como presidente de Everis, en nombre de muchos presidentes-realmente-presidentes. Algunos no han venido. Prefirieron cenar langosta en Zalacaín. A los más fieles los represento yo. Me ha costado llegar hasta aquí, carretera del Pardo a la izquierda. Desde UCD. Señor. Desde Suárez-memoria-viva olvidado de sí mismo hasta Felipe y Aznar.
El edecán de turno despertó a S.M. Que alguien lleve este porta firmas a Zapatero, Presidente de España, dijo el Rey. Lo han dejado por error en mi buzón.
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