Mariano Rajoy se ha convertido al humanismo. Se ha revuelto contra la burocracia y coloca al ser humano en la cúspide de su jerarquía de valores. El implantó la obligatoriedad del empadronamiento cuando era ministro. Pero eran otros tiempos. Cuando aún no había sufrido la caída del glorioso período del aznarismo, cuando galopaba a lomos de quien sacaba a España del rincón de la historia, cuando consentía en la decisión de invadir Irak y llevaba en la cartera la foto de las Azores como recuerdo del momento más importante de los últimos doscientos años de nuestra historia. Entonces era lógica la necesidad del empadronamiento. Pero la evolución intelectual y espiritual de Mariano Rajoy le ha llevado a colocar el valor de lo humano por encima de todo. Nuestros inmigrantes, por el hecho de ser personas, tienen derechos irrenunciables a la sanidad y la enseñanza y nadie, en nombre de un papeleo infame, puede regatear esos derechos. El empadronamiento decretado por Rajoy pertenece a la época de la estadística como elemento que deja en la sombra la grandeza de lo humano. Este converso arrepentido de su pasado apoya la iniciativa de Vic y Torrejón (que también se han integrado a regañadientes en la legalidad) y proclama que ciertos derechos humanos (quede claro que no todos) deben ser tenidos en cuenta como referentes supremos.
Pero no cabemos todos. Nuestra capacidad de acogida no es infinita. Nuestro egoísmo, sí. Y por eso los inmigrantes deben firmar un contrato de integración y deben aceptar nuestras costumbres, nuestros valores y nuestra lengua. Así se evitará que la delincuencia sea una consecuencia de la inmigración. Aprenderán de los españoles que no robamos, no matamos, no tenemos violencia de género y oramos al Dios trino, único y verdadero.
San Rajoy converso ora pro nobis.
“No podemos ir por el mundo impartiendo lecciones de derechos humanos”. Lo ha dicho Isabel San Sebastián. No hay por qué conceder a los extranjeros los derechos de sanidad ni educación. Sólo debemos atender en nuestros hospitales a quien acuda en un estado de extrema gravedad, como en Francia o Inglaterra, donde hay órdenes de no atenderlos a menos que se trate de una emergencia. ¿Por qué vamos a ayudar a parir a una ecuatoriana con aire acondicionado y asepsia? Le deben bastar unos pañales de cartón y el quirófano-cajero-bancario. ¿Qué un subsahariano se rompe el fémur? Ferretería y superglú. “Creemos unos ambulatorios especiales con tarjetas anónimas y restrictivas como en Italia” “No tenemos nada que aprender de nadie, nada que copiar de quienes redactaron la célebre Declaración Universal y recorrieron este camino antes. A nosotros va a enseñarnos Europa lo que hay que hacer con los inmigrante. ¡Qué formidable liderazgo! Esto sí que es democracia, y no lo de nuestros inhumanos vecinos!", ironiza Isabel.
Condenemos la posibilidad de abortar, luchemos contra el respeto a la homosexualidad, prohibamos el uso de lenguas que no sean el castellano. En ciertas cosas no imitemos lo que va más allá de los Pirineos. En lo relativo a la inmigración, seamos tan crueles como otros países.
Construyamos nuestros guantánamos, nuestros holocaustos carpetobetónicos, nuestras inquisiciones purificantes de raza.
Isabel y Mariano. La reconquista asoma por las bellas grutas asturianas.
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