La muerte es siempre un golpe seco. En las sienes del alma retumba. También los montes turcos experimentaron el crujido del Yak-42. Y allí quedaron los muertos, asesinados uniformes, estrellas y galones, ansias de regresar al beso de esposas enamoradas, de hijos crecidos con la ausencia pegada a su niñez de colegio.
De llamar a cada muerto se trataba, de adjuntarle su nombre para que siempre fueran Antonio, Juan o Pepe. Nombres dispersos por los montes. Había que recogerlos en racimo para devolverlos a los corazones helados de nostalgia.
Los médicos militares no sintieron esa necesidad. No entendieron el misterio de la vida. No entendieron el misterio de la muerte. Sólo despojos fueron y serían para siempre. Féretros disfrazados, sin más. Bastaba la bandera española para arropar la eternidad equivocada, a propósito equivocada, intencionadamente equivocada. Todos los muertos son iguales. Recuerdos llorados por cualquiera. Esposas vivas adjuntadas a un muerto sin nombre. Orfandad de padres desconocidos. Uteros maternales sin descendencia concreta.
Trillo sacudiéndose la humedad de Tarbzon, bajo un paraguas subordinado. Trillo encomendando las almas de los muertos en funeral de Estado. Rey, Presidente, Obispo castrense. Engañados todos. Aviones baratos. Muertos aplastados por obediencia debida, por órdenes superiores. Trillo pidiendo perdón a Escrivá por mirar impuramente a una diputada guapa. Trillo arrodillado ante El Padre por distraerse en el rosario de la aurora, en la misa tempranera, en la comunión solitaria y egoísta. Federico costalero de Salcillo. Perdona a tu pueblo, señor. No estés eternamente enojado. El mundo es malo porque no es del Opus, porque no reconoce la gloria de Bernini para el fundador de apellidos engarzados al marquesado de no sé qué.
A Trillo no le persiguen los muertos. Le persiguen sólo las sentencias, la justicia injusta de los tribunales. Se puede escapar de las familias. Su conciencia está limpia. Escrivá pasó el plumero y le purificó la sangre. La muerte es una confusión despreciable. Mientras que él sigue vivo. Partido Popular. Aznar en la recámara, garantía de occidente. Portavoz de Justicia. No de agricultura, no de sanidad. De justicia. Se lo ha merecido como hombre de leyes, por su conducta intachable, por su capacidad de fulminar enemigos, por su agria palabra contra Pilar Miró, contra Narcís Serra. Ministro de Defensa para exonerar el pasado militar de muchos, para condecorar al General Navarro, para defender honores inquebrantables, equipos y yagües, francos generalísimos y moscardós con alcázares. Pero profanando los uniformes rotos de Turquía, las viudas, los huérfanos, los padres para siempre con una foto en la cartera.
Le piden que dimita, que se esconda, que se vaya. Perdónalos, San Escrivá porque no saben lo que hacen
Esta decisión no es un error político. Es una usurpación plena de mala voluntad. Un butrón inmenso en el corazón asaltado de treinta familias. Lo realizó un Ministro de Defensa apoyado en uniformes cómplices, amparado en un Presidente encubridor. Aznar ocultó en Moncloa la infamia. El Ministro Trillo silenció la nocturnidad deformante de los cadáveres. Y el Partido Popular nunca exigió transparencia sobre tanta muerte inventada.
Sólo nos queda la luz exhumada de un invierno que termina.
De llamar a cada muerto se trataba, de adjuntarle su nombre para que siempre fueran Antonio, Juan o Pepe. Nombres dispersos por los montes. Había que recogerlos en racimo para devolverlos a los corazones helados de nostalgia.
Los médicos militares no sintieron esa necesidad. No entendieron el misterio de la vida. No entendieron el misterio de la muerte. Sólo despojos fueron y serían para siempre. Féretros disfrazados, sin más. Bastaba la bandera española para arropar la eternidad equivocada, a propósito equivocada, intencionadamente equivocada. Todos los muertos son iguales. Recuerdos llorados por cualquiera. Esposas vivas adjuntadas a un muerto sin nombre. Orfandad de padres desconocidos. Uteros maternales sin descendencia concreta.
Trillo sacudiéndose la humedad de Tarbzon, bajo un paraguas subordinado. Trillo encomendando las almas de los muertos en funeral de Estado. Rey, Presidente, Obispo castrense. Engañados todos. Aviones baratos. Muertos aplastados por obediencia debida, por órdenes superiores. Trillo pidiendo perdón a Escrivá por mirar impuramente a una diputada guapa. Trillo arrodillado ante El Padre por distraerse en el rosario de la aurora, en la misa tempranera, en la comunión solitaria y egoísta. Federico costalero de Salcillo. Perdona a tu pueblo, señor. No estés eternamente enojado. El mundo es malo porque no es del Opus, porque no reconoce la gloria de Bernini para el fundador de apellidos engarzados al marquesado de no sé qué.
A Trillo no le persiguen los muertos. Le persiguen sólo las sentencias, la justicia injusta de los tribunales. Se puede escapar de las familias. Su conciencia está limpia. Escrivá pasó el plumero y le purificó la sangre. La muerte es una confusión despreciable. Mientras que él sigue vivo. Partido Popular. Aznar en la recámara, garantía de occidente. Portavoz de Justicia. No de agricultura, no de sanidad. De justicia. Se lo ha merecido como hombre de leyes, por su conducta intachable, por su capacidad de fulminar enemigos, por su agria palabra contra Pilar Miró, contra Narcís Serra. Ministro de Defensa para exonerar el pasado militar de muchos, para condecorar al General Navarro, para defender honores inquebrantables, equipos y yagües, francos generalísimos y moscardós con alcázares. Pero profanando los uniformes rotos de Turquía, las viudas, los huérfanos, los padres para siempre con una foto en la cartera.
Le piden que dimita, que se esconda, que se vaya. Perdónalos, San Escrivá porque no saben lo que hacen
Esta decisión no es un error político. Es una usurpación plena de mala voluntad. Un butrón inmenso en el corazón asaltado de treinta familias. Lo realizó un Ministro de Defensa apoyado en uniformes cómplices, amparado en un Presidente encubridor. Aznar ocultó en Moncloa la infamia. El Ministro Trillo silenció la nocturnidad deformante de los cadáveres. Y el Partido Popular nunca exigió transparencia sobre tanta muerte inventada.
Sólo nos queda la luz exhumada de un invierno que termina.
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