martes, 26 de noviembre de 2013

VOTOS VERGONZANTES



El voto es un acto de libertad. Las urnas, la conciencia de la democracia. La libertad, decía, Marcel, no es la capacidad de elegir entre el bien y el mal, sino la posibilidad de elegir el bien. Se opone así Marcel a la más frecuente definición y apoya su visión en conceptos que serían largos de explicar, pero que tienen su sentido y su fundamento.

Los ciudadanos tenemos el privilegio de elegir a quienes nos van representar en el quehacer de cada día. Representar no equivale a usurpar. Los representantes deben sentirse delegados del poder que reside en el pueblo y sólo en el pueblo. Deben por tanto asumir una conciencia diaria de provisionalidad. No están ahí situados para siempre. Ni siquiera para un tiempo determinado. Aunque en principio los elijamos para cuatro años, la delegación debe ser tan provisional que cualquier día la ciudadanía pueda desalojarlos del puesto para expresar una nueva voluntad residenciada en otros representantes.

Contra esta visión de provisionalidad, se alza el orgullo erróneo de quien por tener mayoría absoluta echa en cara continuamente a los electores que los han  elegido para un período y que no hay poder alguno que disminuya ese tiempo. Y un segundo elemento de esa visión corrompida de la democracia consiste en mentalizar por todos los medios que los elegidos por esa mayoría pueden gobernar a su antojo por encima de las opiniones del pueblo y que deben ser mantenidos inmutables a la largo de todo el período de vigencia. Y surge el sofisma: cuando lleguen las próximas elecciones, podrá cambiar su voto. Mientras tanto hay que aguantar y asumir la voluntad del legislativo. Y esto sin más recurso que el hecho de acudir a los tribunales en casos excepcionales.

Pero si las urnas son la conciencia de la democracia, cada uno de nosotros debe sentirse responsable, enormemente responsable del voto que deposita. No es admisible el concepto democrático por el cual, una vez elegidos los representantes, nos sintamos excluidos de la responsabilidad de seguir ejerciendo nuestro derecho y nuestra obligación de vigilar al poder. No debe ser válido arreglar el país con el frío de una cerveza o el vaho de un café. No cabe desentenderse en el momento de la elección de lo que ha sido la historia y lo que se prevé que será el devenir del nominado.

De golpe el gobierno central o de una comunidad autónoma defraudan a los electores en su forma de gobierno. Cabe preguntarse si no era previsible esa contrariedad, si no era previsible la esperanza frustrada de la que ahora nos quejamos. Cuando una comunidad ha sido gobernada por políticos corruptos y esos mismos corruptos han vuelto a ser elegidos, decae el derecho a protestar por la corrupción. Los corruptos son los elegidos y los electores que no quisieron ver el pasado y que ahora deben aguantar el presente como consecuencia y continuidad del ayer. Toda crítica contra ese poder institucional es un boomerang que se resuelve contra quien la ejercita. Se pierde el derecho a la crítica cuando se descuidó voluntariamente el derecho a ejercer la democracia con una pureza cuya ausencia se echa ahora en cara a los elegidos. Los gobernantes no construyen en soledad una democracia limpia. Es el pueblo el que exige esa limpieza porque la certifica la responsabilidad de su voto.

Es verdad, como dicen algunos, que una cosa son las promesas preelectorales y otra su cumplimiento posterior. Y no me vale esa tontería atribuida a Tierno Galván: “las promesas están hechas para no cumplirlas”. No, profesor, las promesas electorales deben ser lo suficientemente serias como para que a posteriori los electores puedan arrojar de sus puestos a los que las hicieron.

¿Hay que concretar en algún gobierno democráticamente elegido tanto estatal como autonómico? Ahí están y cualquiera reconoce lo que he escrito. El país se ha convertido en una marea de mareas que recorren las calles enteras de Madrid y de otras zonas.

Pero repitamos. Los gobernantes son el resultado de nuestros votos. Y nuestros votos a veces son vergonzantes.



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