CUCHILLAS
Las hubo antes. Volverán a
implantarse. Sembrarán cuchillas en la valla de Melilla. Para recoger una
cosecha de sangre. Después tirarán esa cosecha de sangre a la basura porque la
han destilado emigrantes, estómagos huecos, hambre en los ojos, con la esperanza
perdida en horizontes imposibles. Desesperación maciza, como cemento, como
desengaño vital, como granito oscuro, muy oscuro.
Melilla es una frontera
entre el hambre, la miseria, el olvido y el sobrepeso, los yates y un mar
supeditado al antojo de veraneantes nórdicos, rusos con cuentas corrientes,
joyas, playas propiedad privada y hoteles con putas de alto standing. Huelen a
chanel las ingles y a dólares los testículos erectos de viagra. No caben los
pobres. Ni siquiera sabrían abrir una puerta con un plástico plagado de claves.
Las conoce el blindaje y se rinde para que la cama se abra y forniquen la
billetera y la piel morena de verde luna.
Las hubo antes, dicen. Las
suprimió Zapatero. Cortaban las manos, las piernas, los vientres, Sajaban los
ojos, el corazón, hasta el alma. Los ricos somos puros, limpios. No admitimos
la promiscuidad de la miseria, la pobreza maloliente, el sudor acumulado sin
gel dermatológico y cremas suavizantes. No es porque sean negros, es porque son
pobres. Son cosas distintas. Los negros son aprovechables. Pueden trabajar por
cinco euros la hora, doce horas al día o más, comer sobras si sobran, dormir en
una acera cualquiera y madrugar mañana para volver a la fresa, a la aceituna,
al andamio. Incluso hay negros que juegan al fútbol, al baloncesto y viven en
mansiones y los aplaudimos los domingos por la tarde porque en realidad no
somos racistas. Lo peor son los pobres. No han ido a colegios religiosos, ni
siquiera concertados. No son legales porque los pobres no son legales en ningún
sitio. No tienen papeles porque ni para otros menesteres menos elegantes los
tienen. Y por tanto no tienen derechos. Porque los derechos nacen en folios
timbrados, con firmas de señores importantes que deciden si usted puede hacer huelga o no, ponerse enfermo o no,
ir por la calle con la cabeza alta o no. Y ellos, importantes de langosta y
Audi blindado, han dicho que estás mejor allí, porque los pobres con los
pobres, como aquí los niños con los niños y las niñas con las niñas como manda
Wert y Rouco que son elegantes, importantes y toman café con leche desnatada.
Hace unos años, cuando el
11-S, cuando nos empeñamos en democratizar Irak y cuando decidimos que Israel
tenía derecho a martes a palestinos,
izamos la bandera antiterrorista y construimos guantánamos. Y los demócratas
del mundo, los amantes de la libertad de toda la vida, los protectores de los
derechos humanos de siempre, nos levantamos contra eso que llamábamos limbo
jurídico porque tampoco era para llamarle infierno que EE.UU es EE.UU. y
tampoco hay que exagerar.
Y un día, cuando ya no nos
acordábamos del Guantánamo original porque llegamos a la conclusión que los que
protestaban era unos antisistemas, radicales de izquierdas, simpatizantes de
balas en la nuca, construimos nuestros propios safaris. Pusimos muros, pero los
saltaban. Izamos fusiles y se morían, pero eran pocos. Necesitábamos más muertos
porque no estábamos dispuestos a que se comieran nuestros puestos de trabajo,
nuestra sanidad, nuestras oficinas de INEM, nuestros derechos de hombres
legales.
Alguien visitó a los
ministros del Interior y Defensa. Le abrieron paso los ujieres.. Venía
elegante. Corbata de seda, mocasines italianos, impecable traje a medida y un
perfume que adornaba el aire al pasar hacia los despachos. Sillones cómodos,
mayordomo-te-de-las-cinco y apretones de manos con piel-crema-rejuvenecedora. El
del traje-mocasines-perfume abrió un maletín de serpiente y puso las ideas
sobre la mesa. Traigo cuchillas, amigos. Cuchillas como bisturíes, como luces
afiladas, como vientos asesinos, como guadañas brillantes. Quedan bien una vez
instaladas. Apenas se aprecian. Parecen perfiles elegantes de acero. Cortan la
carne en vivo. Caminan por las mejillas, los pechos, los vientres, las piernas.
Pueden castrar sin que nadie lo perciba. Se clavan y arrastran la sangre hasta
que la muerte viene a buscarla y se la bebe hasta emborracharse de odio
caliente. Si las ponemos en las vallas de Melilla les garantizo el resultado.
Tienen seis meses para probarlas. Los resultados son asombrosos. Ni siquiera
podremos enterrar tantos muertos. Y si no quedan satisfechos, les devolvemos el
dinero.
Se miraron los ministros.
¿Un poco más de azúcar? No, gracias. El
azúcar es cosa de pobres. Yo tomo sacarina porque vendo muerte, gano dinero y
tengo que cuidar la línea.
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