DEMOCRACIA
Y DICTADURA
Era cuando entonces. Cuando
estaba él. Cuando vencido y derrotado el ejército enemigo. Cuando se hizo el
hambre y el luto para siempre. Cuando las bocas sorbían sopa de castañas y
disputaban las bellotas a los cerdos. Cuando los cubitos de caldo, el queso
butano y la mantequilla americana. Era cuando entonces y duró cuarenta años.
Hasta ayer casi. Hasta antes de ayer a lo mejor. ¿Hasta hoy, se pregunta uno de
vez en cuando? ¿Hasta ahora mismo?
¿Hasta mañana? Y todo es tal vez, quizás, a lo mejor. Porque se intuye,
pero no es ciencia, Se palpa, pero puede engañar la apariencia. No sé, pero en
esas estamos, como cuando era entonces.
Los dictadores son así. Son
corrupción porque de una corrupción absoluta brotan. Existen porque se engendran
a sí mismos en un acto de podredumbre plena, en los basureros de la historia.
En las dictaduras no se da la corrupción. Son corrupción en sí mismas, porque
surgen de la sangre de cesáreas, no de alumbramiento deseado, esperado,
brillante. Son oscuridad en sí, plomo en sí, tiro en la nuca en sí. Y organizan
referéndums como abortos provocados. Y justifican la sangre por la necesidad de
salvar a la patria nadie sabe de qué. Y exigen el pensamiento único porque la
creación poética de la historia les sabe a dispersión de libertad e inventan
caminos unidireccionales para que nadie descarríe la iniciativa. Sólo ellos
saben lo que es bueno por una ciencia infusa que les siembra ese dios de
derechas que ampara siempre y bendice los tiros de gracia. Y se prohíbe todo.
La palabra, la reunión, la huelga. Se expulsa o asesina a los pensadores. Lo
supieron Unamuno y Lorca, Juan Ramón y Salinas, Machado y todos los que lucían
creación en la solapa.
Murió un día. Lo enterraron
entre nostalgia y desprecio, entre adhesión y odio. Pero de vez en cuando rebosa
su tumba, allá por la sierra madrileña. Y se tambalea la cruz de Avalos y los
huesos republicanos, espaldas esclavas y osamentas torturadas. Se desborda a sí
mismo e intenta volver a caminar. Traje, corbata, gafas de Kalvin Klein,
blindados escoltados porque los votos traspasan también los chalecos antibalas.
Nos creímos un día la
democracia. Cargamos con la responsabilidad que nos tocaba y echamos a andar, a
inventar caminos, a crear futuro. Pero un futuro compartido, consensuado. Lo
queríamos como lo queríamos, como lo soñábamos, como lo ejercíamos. No
queríamos el hambre. Teníamos derecho a una vivienda, a una sanidad, a una
educación. Dolía ser dependiente, pero tendríamos quien empujara la silla,
quien llevara la cuchara a la boca, quien nos ayudara a pasear para verle la
mirada a la primavera. El trabajo era un derecho y no el regalo mezquino y
chantajista de unos empresarios. Y el salario, fruto de una legalidad protectora,
y el despido, y el descanso. Y el derecho a proyectar un futuro con la
tranquilidad de que es nuestro futuro y que se realizará como decisión personal
y comunitaria de pueblo creador.
Pero a veces la democracia
se revuelve sobre sí misma. Y entonces todo es espalda traidora, sin mirada
limpia, sin rostro transparente. Y uno piensa si no ha vuelto el de entonces.
Se destruye la sanidad, la enseñanza, la vivienda, el trabajo, el despido, el
salario, se humilla al dependiente, se inyecta dolor al enfermo, se desprecia
el grito ciudadano, se arrincona a los viejos, se instala el hambre, se fabrica
hambre, se roba el techo y se arrojan los cuerpos a las aceras con cartón y el
café caliente de una juventud solidaria y los niños sin escuelas, la
investigación sin microscopios. Se alimenta a la ciudadanía con asco, con miedo.
Se pisotea el grito, la exigencia, la desesperanza. Se troncha el mañana, se
rompe el hoy. Se camina hacia atrás, hacia el entonces. Como cuando estaba él.
Como cuando el silencio nos apretaba el cuello hasta ahorcarnos la dignidad.
Le llaman democracia y no lo
es. No. No lo es. Sin uniforme, pero esclavizando. Sin entorchados, pero creando
abismos entre ricos y pobres para que nadie confunda a unos con otros. Sin
polainas, pero clavando el rencor en los ijares. Sin sables, pero degollando
derechos. Sin pistolas porque bastan cuchillas. Sin viviendas pero albergando
la miseria en el INEM. Sin permitir iniciativas, pero remitiendo al premio de
un dios lejano, con mitras embistiendo la alegría porque de los estómagos
vacíos, de los perseguidos, de los que lloran será el reino de los cielos.
La llaman democracia y no lo
es. La adornan de urnas, la decoran de papeletas y hasta le llaman fiesta. Pero
es una dictadura tan despreciable como cuando el entonces era entonces.
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