VIOLENCIA
RADICAL
De un tiempo a esta parte,
uno acumula cansancio, hastío, agotamiento. El alma está sobrecargada de
algunas carencias, de un poco de rebeldía y de mucho asco. Sobrellevamos una
contaminación interior que impide respirar con anchura pulmonar y cuando se
obstruyen las vías respiratorias el corazón pierde la memoria y se sobresalta
con la amenaza de una muerte repentina.
Llevamos un tiempo de
sufrimiento que aumenta sin que nadie le acerque un Zaldiar para tanto dolor ni
un tranquilizante para relajar las contracturas del alma. Y vivimos los
espasmos de quien está condenado a vivir mirando el precipicio en permanente
situación de vértigo. El paro, los desahucios, la disyuntiva electoral entre
sopa y medicación, la perversa marginación de los dependientes, el hambre
asomada a contenedores donde se vuelca el tiempo caducado, la jubilación
convertida en vejez despreciada, investigaciones tiradas a la basura, presentes
yermos, futuros inexistentes, educación frustrada, abandono, angustia, temblor
vital. Y nuestros gobernantes sermoneando que es lo que hay que hacer, que
estamos superando la crisis-estafa de tal manera que el mundo nos adorará de
rodillas, que las tijeras de podar son bisturíes vivificantes, que suben los
salarios, que Gallardón se convierte en el guerrero del antifaz para defender
zigotos, que Mato colecciona tarjetas sanitarias como cromos de dolor y
angustia, Fátima Báñez crea empleo entronizando una virgen del Rocío en cada
oficina del INEM, y Fernández y Montoro y Wert…
En algunos rincones surge la
protesta. Grupos anónimos o abanderando unas siglas ejercen un derecho
constitucional que se llama manifestación ciudadana para decirle a nuestro
políticos, y preferentemente a nuestros gobernantes, que es inaguantable esta
sobrecarga de carencias, de frustraciones y de asco. Y cuando se ejerce este
derecho surge rápidamente la calificación de pertenencia a grupos radicales de
izquierda. Y con esa calificación desmontan, creen desmontar, la validez del
contenido de la protesta. Incluso hay quienes en el cenit del atrevimiento y el
desprecio califican las protestas de atentados (lo dijo en castellano Ana
Botella porque cuando se indigna se olvida del inglés, su lengua materna en la
que se desenvuelve en sus contactos internacionales y cuando hace el amor con
el políglota Aznar) Y si un grupúsculo
rompe las cristaleras de una banco o destroza unos contenedores, entonces
refuerzan su razonamiento acusando de filoetarras, guerrilla urbana y otras
lindezas y aseguran que, aunque la protesta fuera razonable se pierde todo su
sentido en virtud de esos desmanes. Como si la sinrazón de unos pocos tiñera de
kale borroka la licitud de la protesta de los manifestantes. Pero antes de
aplicar prevaricadoramente estas definiciones, se acuña como primera instancia
la de grupos radicales de extrema izquierda. El desprecio entonces está
justificado.
¿Para cuándo calificar de
grupos radicales de extrema derecha a quien nos llevan a la desesperación
vital? ¿Para cuándo calificar a Gallardón, Báñez, Wert, Fernández, Montoro como
cabecillas de grupos radicales de extrema derecha? Porque cercenar derechos
adquiridos y plasmados en la Constitución no está justificado por la obtención
de mayorías absolutas en las urnas. La mayoría única en una democracia la
ostenta la ciudadanía. Y los electos no pueden hacer y deshacer a su antojo. Un
amigo mío elogiaba el franquismo porque el general lo ejercía con dos cojones.
A propósito de un plan hidrográfico, Aznar primero de Irak aseguró que su plan
saldría adelante por cojones. Habría que dejar claro a ciertos individuos que
los cojones están diseñado para procrear y para disfrutar de la sexualidad, en
ningún caso para gobernar se tenga o no mayoría absoluta. Y cuando se violan
los derechos de la mujer, los derechos de los trabajadores, sanitarios, de
educación, de libertad de expresión, de manifestación, sindicales, derechos de
dependientes, de mayores, se están refugiando en una falsa democracia. Hay
articulistas y tertulianos de los medios de comunicación que ponen su empeño en
predicar que toda manifestación está deslegitimada por esas mayorías y que la
protesta hay que aplazarla a las siguientes elecciones. Y mientras tanto, es la
conclusión lógica, deben mantenerse en suspenso los derechos constitucionales
para poder invocarlos nuevamente en las urnas en unas siguientes elecciones.
Falta la amplia visión de
que la democracia es un quehacer diario y de todos. Y que la denuncia, la
libertad de expresión, de manifestación son derechos que no pueden ser
amputados por ningún gobierno que se precie de democrático. Pero también debe
ser tenida muy en cuenta que el
ejercicio de la democracia radica en el pueblo y que pertenece a su libre decisión el mantenimiento
de los derechos y la vigilancia y defensa sobre quienes quieran violarlos.
Si los legítimos
manifestantes son tachados de grupos radicales de extrema izquierdas, tal vez
estemos legitimados para considerar a los autores de algunas leyes como grupos
radicales de extrema derecha.
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