jueves, 16 de enero de 2014

VIOLENCIA RADICAL



De un tiempo a esta parte, uno acumula cansancio, hastío, agotamiento. El alma está sobrecargada de algunas carencias, de un poco de rebeldía y de mucho asco. Sobrellevamos una contaminación interior que impide respirar con anchura pulmonar y cuando se obstruyen las vías respiratorias el corazón pierde la memoria y se sobresalta con la amenaza de una muerte repentina.

Llevamos un tiempo de sufrimiento que aumenta sin que nadie le acerque un Zaldiar para tanto dolor ni un tranquilizante para relajar las contracturas del alma. Y vivimos los espasmos de quien está condenado a vivir mirando el precipicio en permanente situación de vértigo. El paro, los desahucios, la disyuntiva electoral entre sopa y medicación, la perversa marginación de los dependientes, el hambre asomada a contenedores donde se vuelca el tiempo caducado, la jubilación convertida en vejez despreciada, investigaciones tiradas a la basura, presentes yermos, futuros inexistentes, educación frustrada, abandono, angustia, temblor vital. Y nuestros gobernantes sermoneando que es lo que hay que hacer, que estamos superando la crisis-estafa de tal manera que el mundo nos adorará de rodillas, que las tijeras de podar son bisturíes vivificantes, que suben los salarios, que Gallardón se convierte en el guerrero del antifaz para defender zigotos, que Mato colecciona tarjetas sanitarias como cromos de dolor y angustia, Fátima Báñez crea empleo entronizando una virgen del Rocío en cada oficina del INEM, y Fernández y Montoro y Wert…

En algunos rincones surge la protesta. Grupos anónimos o abanderando unas siglas ejercen un derecho constitucional que se llama manifestación ciudadana para decirle a nuestro políticos, y preferentemente a nuestros gobernantes, que es inaguantable esta sobrecarga de carencias, de frustraciones y de asco. Y cuando se ejerce este derecho surge rápidamente la calificación de pertenencia a grupos radicales de izquierda. Y con esa calificación desmontan, creen desmontar, la validez del contenido de la protesta. Incluso hay quienes en el cenit del atrevimiento y el desprecio califican las protestas de atentados (lo dijo en castellano Ana Botella porque cuando se indigna se olvida del inglés, su lengua materna en la que se desenvuelve en sus contactos internacionales y cuando hace el amor con el políglota Aznar)  Y si un grupúsculo rompe las cristaleras de una banco o destroza unos contenedores, entonces refuerzan su razonamiento acusando de filoetarras, guerrilla urbana y otras lindezas y aseguran que, aunque la protesta fuera razonable se pierde todo su sentido en virtud de esos desmanes. Como si la sinrazón de unos pocos tiñera de kale borroka la licitud de la protesta de los manifestantes. Pero antes de aplicar prevaricadoramente estas definiciones, se acuña como primera instancia la de grupos radicales de extrema izquierda. El desprecio entonces está justificado.

¿Para cuándo calificar de grupos radicales de extrema derecha a quien nos llevan a la desesperación vital? ¿Para cuándo calificar a Gallardón, Báñez, Wert, Fernández, Montoro como cabecillas de grupos radicales de extrema derecha? Porque cercenar derechos adquiridos y plasmados en la Constitución no está justificado por la obtención de mayorías absolutas en las urnas. La mayoría única en una democracia la ostenta la ciudadanía. Y los electos no pueden hacer y deshacer a su antojo. Un amigo mío elogiaba el franquismo porque el general lo ejercía con dos cojones. A propósito de un plan hidrográfico, Aznar primero de Irak aseguró que su plan saldría adelante por cojones. Habría que dejar claro a ciertos individuos que los cojones están diseñado para procrear y para disfrutar de la sexualidad, en ningún caso para gobernar se tenga o no mayoría absoluta. Y cuando se violan los derechos de la mujer, los derechos de los trabajadores, sanitarios, de educación, de libertad de expresión, de manifestación, sindicales, derechos de dependientes, de mayores, se están refugiando en una falsa democracia. Hay articulistas y tertulianos de los medios de comunicación que ponen su empeño en predicar que toda manifestación está deslegitimada por esas mayorías y que la protesta hay que aplazarla a las siguientes elecciones. Y mientras tanto, es la conclusión lógica, deben mantenerse en suspenso los derechos constitucionales para poder invocarlos nuevamente en las urnas en unas siguientes elecciones.

Falta la amplia visión de que la democracia es un quehacer diario y de todos. Y que la denuncia, la libertad de expresión, de manifestación son derechos que no pueden ser amputados por ningún gobierno que se precie de democrático. Pero también debe ser tenida muy  en cuenta que el ejercicio de la democracia radica en el pueblo  y que pertenece a su libre decisión el mantenimiento de los derechos y la vigilancia y defensa sobre quienes quieran violarlos.

Si los legítimos manifestantes son tachados de grupos radicales de extrema izquierdas, tal vez estemos legitimados para considerar a los autores de algunas leyes como grupos radicales de extrema derecha.


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