AQUELLA
NIÑA
No sé donde nací. Tal vez en
ti, pero no importa. Soy un vientre olvidado en la memoria. Fuí niño después.
Tiraba piedras a los cristales. Estudiaba. Tenía amigos. Me pegaba con otros
chavales del barrio.
Ella no tenía nombre. La
niña guapa la llamaba. Iba a un colegio rico. Lo sabía por su falda a cuadros y
jersey azul marino. La buscaba. Pero verla era como un escalofrío. Pasó ayer
cuatro veces bajo mi ventana. Hoy sólo dos. Tenía los ojos claros. Chorreaban
luz. Y una trenza sobre la espalda. La desplegaba a veces sobre su pecho para
disimular sus pechos pequeños como limones recién brotados.
Desapareció sin que supiera
su nombre. Sería la niña guapa para siempre. Llegué a la hombría por la inercia
del tiempo. Ellas pasaban por delante de la vida, de mi vida, delgadas las
cinturas, mecidos los culos como pasos de Triana, las piernas como gritos, los
labios entreabiertos para un viento erótico que las penetraba, laringe adentro,
hasta el rosal de los pulmones.
Me lo pidió el director del
periódico. Los directores mandan siempre cuando piden. Una entrevista. No me
dio datos concretos. Me previno de la luz de sus ojos y del rubio de su pelo.
Me eché la gripe a la
espalda, la fiebre a los ojos llorosos, magnetofón en bandolera y el dolor de cabeza
lo dejé en la cabeza. Estaba en su
sitio.
Nos sentamos frente a
frente. Era verdad su mirada azul. Y debía ser hermoso su pelo desplegado en
una almohada.
-Usted nació en…?
-Sí, y tengo 27 años por si
le interesa el dato temporal.
-Estudió en…?
-En efecto. Medicina, para
ser exactos. Becada en Alemania, Israel, Estados Unidos. Y ahora aquí, de paso
para dar unas conferencias.
Había cruzado las piernas
con la elegancia de quien monta una jaca jerezana. Sostenía la copa como si
acariciara la piel de un amante. Bebía con la delicadeza del primer beso.
Miraba a los ojos como sólo mira el mar. Sonreía como quien inspira un ramo de
estrellas.
-Todavía no me ha preguntado
mi nombre.
-No quiero saber su nombre,
le dije. Usted no tiene nombre. Es recuerdo, escalofrío, vértigo, adolescencia
erecta, deseo infinito de noches infinitas. Usted se llama inalcanzable,
lejana, horizonte, niña-bajo-mi-ventana. Usted se llama ayer. Y hoy es siempre.
Y mañana, eternidad.
-Cómo se llama esta señora? Voz de director
-La niña guapa, le dije.
-Cómo se apellida?
-La niña guapa, respondí.
Me quedé sin trabajo. Andaba
por la calle desorientado, perdido. Preguntaba a todos: ¿Alguien ha visto a la
niña guapa? Pasaban de largo. Me llamaban loco.
Nadie había visto a la niña
guapa.
Un día me rendí. Pensé.
A lo mejor esto es la vida: buscar
inútilmente la belleza. Esperar una respuesta sabiendo de antemano que no hay
respuesta. Estar condenado a preguntarle al silencio, conscientes de que el
silencio es sólo silencio. Buscar los ojos, los labios y encontrar sólo la
espalda. Tal vez ella no tenga trenza rubia, ni vientre donde enredar los
dedos, ni piernas para caminar hasta su centro. Tal vez no tenga nombre y sólo
sea la niña guapa de entonces.
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