LA CONCIENCIA DE GALLARDON
Dicen que la primera víctima
de una guerra es la verdad. La mentira es una táctica para desorientar al
enemigo. La verdad es la médula de la conciencia. Tal vez entonces destruir la
verdad es matar la conciencia.
También las dictaduras
trituran la verdad. Están viciadas en su propia raíz haciendo creer que se
inician para salvar una patria cuando en realidad responden a ansias espurias
de dominio sobre los demás.
La democracia debería ser el
estadio político donde la verdad se instalara como norma de convivencia. Porque
la democracia es en teoría el poder del pueblo y el pueblo no se engaña a sí
mismo. Nosotros llegamos a la democracia como resultado de una lucha del pueblo
por alcanzarla. Porque la democracia que hoy tenemos (con sus mutilaciones y
deformidades) es el esfuerzo de un pueblo. Ni el Rey, ni Suárez, ni aquellos padres de la Constitución parieron
la democracia. Ellos vehicularon la lucha de un pueblo por la libertad y los
derechos que durante tantos años permanecieron pisoteados. El pueblo fue el
protagonista de ese parto y del pueblo sigue siendo la mayoría más absoluta por
encima incluso de los partidos elegidos para encauzar las aspiraciones
democráticas.
Per la verdad como reflejo
de la conciencia es también una víctima de la democracia. “Juro o prometo por
mi conciencia y honor guardar y hacer guardar la Constitución” Es la fórmula de toma de posesión de los altos
cargos de nuestros gobiernos. Y esa conciencia y honor son destruidos
conscientemente desde los primeros pasos en sus respectivos cargos. No hace
falta una guerra para fusilar la palabra y la verdad, sino que en plena democracia
son abatidas a las primeras de cambio. Hay mentiras que se heredan y que van
guardadas en la cartera ministerial que se recibe. Son “secretos de estado”.
Los partidos políticos
tienden a apropiarse la voz de la mayoría. Cuando un presidente o ministro se
coloca frente a un atril, trata de encerrar en los folios escritos las
aspiraciones nacionales. Y surge entonces la consigna ensayada: Hay que
legislar sobre el aborto, la economía, la seguridad ciudadana porque la “gran
mayoría de los españoles” lo están
exigiendo. Es una apropiación prevaricadora porque saben sobradamente que no
hay una mayoría que invoque esa necesidad. Gallardón, ese expropiador de
úteros, violador de derechos femeninos, intruso de cuerpos de mujer, extrae de
su conciencia mitrada una ley del aborto porque –dice, y al decir sabe que
miente- que una mayoría de mujeres exigen ser protegidas de las agresiones
socialistas y que hay que ayudarlas a mantener su dignidad. Y para eso nada
mejor que disfrazar unas creencias impuestas por un báculo episcopal bajo una
ley seudoprotectora de lo femenino.
Gallardón usurpa la
conciencia de la mujer y la subyuga a su propia conciencia. La mujer debe
pensar como piensa Gallardón y adecuar su quehacer al quehacer apostólico y
romano del ministro. Ha olvidado su juramento o promesa: guardar y hacer
guardar la Constitución. Y la Constitución exige la no discriminación por
razones de sexo, religión, etc. La Constitución acepta y promociona a la mujer
en cuanto mujer y nadie puede amputarle unos derechos adquiridos para situarla
por debajo del varón. El ser humano está en el mundo a través de su cuerpo. Hombre
y mujer se sitúan en la existencia a través de cuerpos distintos y por tanto la
forma de constituirse como interlocutores de la historia es propia de cada
sexo. Y el derecho a la maternidad y el derecho a no ejercerla es propiedad del
cuerpo femenino y su decisión debe ser respetada hasta las últimas
consecuencias.
Los dictadores se apropian
de los derechos ciudadanos. Cuando un demócrata expropia a alguien de sus
derechos se convierte en un dictador que invoca las aspiraciones de las
mayorías como un golpista cualquiera.
Salvapatrias, salvaderechos,
salvamujeres prevaricadores que ejercen estos vocablos lingüísticos como quien
aporta bienestar a través de su cargo. Necesidad de pasar a la historia de
forma escandalosa por la incapacidad de transitarla desde una sombra fecunda y
transformadora.
Gallardón adornó con una
mitra episcopal su conciencia y honor y ampara su cobardía bajo el peso dorado
de una capa pluvial.
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