sábado, 11 de enero de 2014

 LA CONCIENCIA DE GALLARDON



Dicen que la primera víctima de una guerra es la verdad. La mentira es una táctica para desorientar al enemigo. La verdad es la médula de la conciencia. Tal vez entonces destruir la verdad es matar la conciencia.

También las dictaduras trituran la verdad. Están viciadas en su propia raíz haciendo creer que se inician para salvar una patria cuando en realidad responden a ansias espurias de dominio sobre los demás.

La democracia debería ser el estadio político donde la verdad se instalara como norma de convivencia. Porque la democracia es en teoría el poder del pueblo y el pueblo no se engaña a sí mismo. Nosotros llegamos a la democracia como resultado de una lucha del pueblo por alcanzarla. Porque la democracia que hoy tenemos (con sus mutilaciones y deformidades) es el esfuerzo de un pueblo. Ni el Rey, ni Suárez, ni  aquellos padres de la Constitución parieron la democracia. Ellos vehicularon la lucha de un pueblo por la libertad y los derechos que durante tantos años permanecieron pisoteados. El pueblo fue el protagonista de ese parto y del pueblo sigue siendo la mayoría más absoluta por encima incluso de los partidos elegidos para encauzar las aspiraciones democráticas.

Per la verdad como reflejo de la conciencia es también una víctima de la democracia. “Juro o prometo por mi conciencia y honor guardar y hacer guardar la Constitución”  Es la fórmula de toma de posesión de los altos cargos de nuestros gobiernos. Y esa conciencia y honor son destruidos conscientemente desde los primeros pasos en sus respectivos cargos. No hace falta una guerra para fusilar la palabra y la verdad, sino que en plena democracia son abatidas a las primeras de cambio. Hay mentiras que se heredan y que van guardadas en la cartera ministerial que se recibe. Son “secretos de estado”.

Los partidos políticos tienden a apropiarse la voz de la mayoría. Cuando un presidente o ministro se coloca frente a un atril, trata de encerrar en los folios escritos las aspiraciones nacionales. Y surge entonces la consigna ensayada: Hay que legislar sobre el aborto, la economía, la seguridad ciudadana porque la “gran mayoría de los españoles”  lo están exigiendo. Es una apropiación prevaricadora porque saben sobradamente que no hay una mayoría que invoque esa necesidad. Gallardón, ese expropiador de úteros, violador de derechos femeninos, intruso de cuerpos de mujer, extrae de su conciencia mitrada una ley del aborto porque –dice, y al decir sabe que miente- que una mayoría de mujeres exigen ser protegidas de las agresiones socialistas y que hay que ayudarlas a mantener su dignidad. Y para eso nada mejor que disfrazar unas creencias impuestas por un báculo episcopal bajo una ley seudoprotectora de lo femenino.

Gallardón usurpa la conciencia de la mujer y la subyuga a su propia conciencia. La mujer debe pensar como piensa Gallardón y adecuar su quehacer al quehacer apostólico y romano del ministro. Ha olvidado su juramento o promesa: guardar y hacer guardar la Constitución. Y la Constitución exige la no discriminación por razones de sexo, religión, etc. La Constitución acepta y promociona a la mujer en cuanto mujer y nadie puede amputarle unos derechos adquiridos para situarla por debajo del varón. El ser humano está en el mundo a través de su cuerpo. Hombre y mujer se sitúan en la existencia a través de cuerpos distintos y por tanto la forma de constituirse como interlocutores de la historia es propia de cada sexo. Y el derecho a la maternidad y el derecho a no ejercerla es propiedad del cuerpo femenino y su decisión debe ser respetada hasta las últimas consecuencias.

Los dictadores se apropian de los derechos ciudadanos. Cuando un demócrata expropia a alguien de sus derechos se convierte en un dictador que invoca las aspiraciones de las mayorías como un golpista cualquiera.

Salvapatrias, salvaderechos, salvamujeres prevaricadores que ejercen estos vocablos lingüísticos como quien aporta bienestar a través de su cargo. Necesidad de pasar a la historia de forma escandalosa por la incapacidad de transitarla desde una sombra fecunda y transformadora.


Gallardón adornó con una mitra episcopal su conciencia y honor y ampara su cobardía bajo el peso dorado de una capa pluvial.

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