SOMOS
Nos presentó la vida un
lunes por la tarde. Mayo. Al apretar tu mano
me mojaste de tristeza. Llevabas restos de otoño en el alma, enredados
en tus pestañas, resbalando por el azul de tus ojos. Te hacía más hermosa tu
tristeza. Iba a juego con el chal de tus hombros. Hablamos bajito hasta tu
casa. Para no espantar las rosas, para no despertar la hierba sembrada de besos
de diez y ocho años. Nos rozamos las mejillas en una despedida costosa. Seguiste
mis pasos. Estabas allí cuando doblé la esquina, cuando exigía mi alma la
certeza de que seguías como buscando una llave que conoces desde siempre porque
tiene huellas de tu infancia. Existen las esquinas y las esquinas son adioses
que duelen porque crean distancias, ausencias, vacíos.
Pensé en tu blusa blanca.
Delgada. Como una caricia para tus pechos libres, visibles casi, adivinados sin
duda. Pensé en tu falda negra. Corta. Imaginé el cruce de tus piernas al
estirar las medias. Siempre se me incendian las manos con ese ritual sagrado,
cuando una mujer acopla sus medias a las medidas exactas de sus muslos.
Nos presentó la vida un
lunes por la tarde. Era Mayo. Ha pasado el verano, el invierno y es primavera
nuevamente. Quererte se ha ido haciendo un estilo de vida. Nunca desabroché tu
blusa. No bajé la cremallera de tu falda. No he visto el cruce de tus piernas
al ponerte las medias. Nadie supo darme referencias de tus labios, de tus
caricias, de tu cuerpo haciendo el amor entre las sábanas. No has caminado mi
piel. No tengo escritas tus huellas digitales. Nunca circunvalaste el grito de
mi sexo.
Todo fue nunca entre tú y
yo. No importa. Nos hemos tocado el alma como quien alcanza un horizonte.
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