DICOTOMIA
Derecha. Izquierda. Meras
indicaciones topográficas para el cartero de turno, para la visita de un sábado
por la tarde, para el pizero de un apuro gastronómico. Por lo demás, casi todo
igual. Idéntico mármol. Igual alicatado. Puertas estándar. Vivimos en la
uniformidad. Lo que no significa, ni mucho menos, vivir en la igualdad. Nos
acostumbraron en el colegio de pago. Pantalón gris y camisola blanca lacoste.
Falda cruzada con alfiler dorado, ancha para preservar las formas hermosas de
los diez y siete años. Y a los treinta,
traje Emidio Tucci y vaqueros ellas con relieve de nalgas diseñadas de
primavera. Uniformados vamos.
¿Se ha uniformado la
política? Desde que la economía se ha
colocado en la cumbre, las políticas han reducido su tamaño, se han jibarizado
hasta el punto de que la preocupación única es el déficit, la prima de riesgo,
la deuda, la redención bancaria. Y para desenvolverse con soltura en esas
coordenadas, los políticos sacrifican la res-publica. La sanidad, la educación,
las pensiones, el estado de bienestar son factores que viven subordinados al
dinero. Son migajas aprovechadas una vez que se ha saciado el insaciable
estómago de la economía. Y esa entrega a la economía distorsiona la realidad
humana hasta el punto de que el 20% de la humanidad posee el 80% de la riqueza,
mientras que el 80% sólo dispone del 20%
Y entonces se instaura el hambre, la carencia de vacunas indispensables,
la escasez de agua, de educación, de sanidad incluso primaria.
Pablo VI se presentó ante la
Asamblea de Naciones Unidas como “experto en humanidad” No sé si dejó
claro que eso debería ser la Iglesia
cristiana. Pero hoy se me antoja que sería un slogan digno de la izquierda, sin
confundir a ésta con raíces cristianas.
La democracia cristiana fue una experiencia fallida. Pero la izquierda debería
ser experta en humanidad. Sólo así el becerro de oro humillaría ante la figura
realmente central de la vida: el ser humano. Este es el giro copernicano que
debe ofrecer la izquierda política española y consolidarla en una praxis real y
eficiente. La derecha (farisaicamente seguidora de las enseñanzas de la
Jerarquía católica) ya se encarga de poner la economía como eje de su quehacer
político. Y de ahí se derivan, no los recortes disfrazados de reformas, sino el
cambio ideológico que sustentan sus decisiones. Las privatizaciones, la mordaza
a la libertad, las amenazas contra la libertad de manifestación, de huelga, el
desprecio por una inmigración a la que se le colocan cuchillas para desgarrar
la carne negra del hambre, la vejez despreciada por improductiva, el
sometimiento esclavo del mundo del trabajador, la crueldad impuesta a los
dependientes, etc. son cambios ideológicos que llevan a la sociedad a una
desjerarquización de los valores que ante todo debe defender y encarnar la
izquierda.
La izquierda no debe buscar
el bienestar sin más. Debe ponerlo en pie porque es la dignidad del ser humano
la que exige vivir con sus necesidades cubiertas y sin que corran peligro
cuando los bancos tienen necesidades que se han fraguado cuidadosamente para
que nos sometamos a sus exigencias. No
puede la izquierda consentir, y menos ser cómplice, de un holocausto donde los
más débiles son aplastados para que sobre sus espaldas se levante la riqueza y
el bienestar de unos pocos.
El ciudadano no puede ser
sacrificado en aras de la acumulación de riqueza por parte de una minoría
privilegiada. Los artículos de lujo han gozado de una enorme subida de consumo
en esta época de crisis. Lo cual significa que sobre el hambre de niños, sobre
el paro de millones, sobre la disminución adquisitiva de las pensiones, sobre
la enfermedad, sobre la dependencia, sobre la educación, se ejerce una merma
para que otros, unos pocos, la disfruten.
Ahí están los valores de la
izquierda. Su urgente compromiso con la sociedad. No es tanto cuestión de
líderes. Es más bien cuestión de visión humana y humanizante.
La izquierda debe tener un
centro de gravedad en torno al cual debe girar toda su tarea histórica: el ser humano.
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