¿CENTRO
IZQUIERDA?
Me siento incapaz de
pertenecer a un partido político al uso. Tengo mi corazón a la izquierda desde
jovencito, pero nunca he guardado en la cartera carnet alguno que me adhiriera
expresamente a una formación concreta. Respeto a la derecha cuando ésta
renuncia a sus raíces más hondas, aunque creo que hasta la fecha, y después de
treinta y tantos años de democracia, todavía sigue sin romper aquel cordón
primitivo que se le envolvió al cuello y que no le permite respirar el aire nuevo
de los tiempos. No me vale decir que hay dentro de la derecha personas
centradas y muy centradas. Como tampoco me vale que la derecha respete a la
izquierda cuando ésta ocupa un centro izquierda. Detesto el valor atribuido a
esa sentencia de que en el centro está la virtud. Me lo metió por los ojos un
profesor de mi niñez. Si la virtud es centro, ¿de qué debe guardar
equidistancia? El amor, decía mi viejo
profesor, consiste en amar hasta el extremo, hasta el fin, hasta el vértigo. La
tibieza que caracteriza el centro es nauseabunda. Y citaba no sé qué libro de
la biblia: “porque no eres frío ni caliente, sino tibio, tengo ganas de
vomitarte” Y se me clavó dentro, muy
dentro. Y desde que usé mi sentido político y necesité definirme, me repugna
ese centrismo del que se enorgullecen nuestros partidos.
Ser de centro-derecha o
centro-izquierda encarna la cobardía de la indefinición. Sólo se puede ser
radicalmente de derechas o de izquierdas, sin que ello entrañe las adherencias
negativas que el término radicalidad encarna, para así poder despreciar o
denigrar al de enfrente. Cuando nuestra derecha gobernante califica de
radicales de izquierdas a los manifestantes que piden un trabajo, una vivienda
o simplemente un trozo de pan y de dignidad están afirmando de forma
prevaricadora la negatividad del término radical. El terrorismo es terrorismo.
El vandalismo es vandalismo. Los saboteadores son saboteadores. Se ignora la
riqueza del vocablo radical cargándolo de negatividad. Radical viene de raíz y
la raíz es la base de la vida, es aquella parte que humildemente se hunde en la
tierra para beber vida, renunciando incluso a la vistosidad exterior, para
alimentar ramas y flores y convertir los almendros en primavera de brazos
abiertos.
Cuando la izquierda gira
hacia el centro, está buscando el chiquero donde esconder su cobardía, está
abandonando las raíces que le dan seriedad y anda añorando subterfugios para
disimular el miedo que alberga en el estómago. No es lícito disfrazar el miedo
ni refugiarse en el centrismo para evitar el compromiso con los más débiles de
la sociedad. Una fuerza política de centro izquierda no es fuerza y además está
siempre dispuesta a congraciarse con los poderosos bajo la premisa de que son
los creadores de empleo, los que sostienen la economía, lo que enriquecen a un
país. Para eso ya está el centro derecha que se llama de esa forma a sí misma
para dar la impresión de su renuncia a orígenes turbios, a padres desconocidos,
porque es mejor la orfandad que las
botas abrillantadas de El Pardo.
Los políticos de izquierdas
no deben ser ejemplos de pobreza como a veces exigen muchos ciudadanos. No son
monjes ni pertenecen a sectas religiosas que orientan sus enseñanzas hacia un
cielo prometido o a hacia un infierno como castigo de pecadores. Lo creo y lo
digo con claridad: no tienen por qué ser pobres. Pero deben tener muy claro que
su acción política sí debe estar informada por una visión del mundo donde hay
que elevar a los más pobres a los altares de la dignidad, de la vivienda,
del trabajo, de los derechos sociales,
de la sanidad, la educación. Hay que luchar para que las oportunidades estén
equitativamente repartidas, para que los bienes de este mundo se distribuyan lo
más igualitariamente posible, para que nadie pueda convertir en esclavo a quien
por definición es centro del mundo como el que más. Un partido de izquierdas
debe desterrar la esclavitud ejercida por el poderoso, el adinerado. Y no debe
permitir que la riqueza de unos pocos descanse sobre la humillación de la
mayoría. Lo ricos ya se las arreglan solos. Son los de abajo los que necesitan
ayuda para luchar por su ascensión, instituyendo una justicia donde la riqueza
desempeñe un papel social en favor de los más necesitados.
Nada de esto lo puede llevar
adelante un centro izquierda. Hay que desnudarse de esa ambigüedad para
quedarse en el extremo único donde la lucha se ejerce hasta sus últimas
consecuencias.
Hay que despegarse de esos
centros que equilibran y pretenden compatibilizar la lucha con la quietud, con
la falsa prudencia. Reclamo la urgencia de una izquierda transformadora. Lo que
hoy padecemos en nuestro país no es culpa sólo de la derecha gobernante, sino
responsabilidad de una izquierda tan tibia que la sociedad siente necesidad de
vomitarla de su boca.
1 comentario:
Cada vez me siento más identificado con sus artículos y, por eso mismo, tengo que reconocerle y agradecerle que, me da tranquilidad su forma de ver la vida y admiración como la cuenta. Quizás sea por coincidir en el tiempo.
Un abrazo maestro
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