NUNCA
FUE PRIMAVERA.
Pons hacía frases redondas,
esféricas, para que nada se escapara de ese ruedo sonoro del valenciano que
tiene camisa blanca. Que decía que la tenía entonces, cuando era oposición.
Ahora ya no se sabe el color de su camisa. Ni él reclama la blancura de aquel ariel
blanqueador. Tal vez ha tomado conciencia de que las camisas se manchan cuando
se babean mentiras. Eran entonces las pensiones-jauja, la sanidad intocable, la
creación de tres millones de puestos de trabajo de forma inmediata porque era
una vergüenza que el PSOE tuviera el entretenimiento de crear parados y más
parados. Y la enseñanza sería el anticipo de un futuro irrenunciable. Mariano
era el oasis con agua fresca, con palmeras como refugio cuando el país huía de
la destrucción socialista. Y con Mariano la prima de riesgo, los mercados,
Europa desobedecida, economía madura como una fruta. Servicios sociales,
impuestos, reconquista de todo lo perdido porque en la Moncloa entraría Pelayo
y se convertiría en el Aznar II de España, y Santiago el gallego animado por
Rouco, y Zapatero-Boabdil llorando como una Leire, una Aido, una Carmen, una
Trini. Mujeres al fin y al cabo que deberían estar sirviendo la comida caliente
a los Orejas, los Montoros, los Guindos. Porque las mujeres sólo son mujeres y
sirven para lo que sirven como diría Sostres, Usía, Antonio Burgos o Ansón, el
enamorado de la ingles de las tenistas.
Entonces Pons necesitaba una
primavera. Y ponía como ejemplo a Egipto y a Libia y a Siria. Ya es primavera
en el Corte Inglés. Y Pons imaginaba bikinis con muslos apretados, pechos
erectos señalando el futuro, faldas como enjambres de alegría, pantalones con
paquetes de regalo y gafas de sol para soportar la alegría triunfal del Partido
Popular. Pons prometía una primavera, la exigía y azuzaba a los españoles a
crearla frente, tal vez contra, Zapatero, eterno invierno, desollador de
árboles en flor cultivados por Aznar. Y llevaba de la mano a Cospedal, la María
Goretti de Castilla-La-Mancha, la patrona de los trabajadores, la Pilar Primo
de Ribera capaz de pintar líneas rojas como muros de Berlín, con cuchillas
futuras para que no la saltaran la pobreza, los jubilados, los docentes, los
enfermos, los dependientes. Nadie saltaría el estado de bienestar porque eso
era sagrado como el Corpus de peineta y elegancia toledana.
Y unos días antes de la
Navidad de 2.012 apareció en los jardines de Moncloa Papá Noel, con el mundo en
el saco para los españoles buenos. Todo era puro regalo. Por fin en invierno era primavera. Pons ensayaba el juramento por
mi conciencia y honor, como ministro de y cumplir y hacer cumplir la
Constitución. Es decir vengo a hacer lo que esa Constitución me manda:
reconocer que el trabajo es un derecho, que la vivienda es un derecho, que la
enseñanza es un derecho, que la pensión es un derecho. El lo hubiera cumplido
porque no quería manchar su camisa blanca. Pero no lo nombraron ministro. Y se
miró en el espejo para seguir construyendo frases redondas.
Entronizaron a Rajoy y Rajoy
ahuyentó con su sola presencia el rescate. Era una línea de financiación, creo.
Lo arregló todo y voló a ver a la Roja que en adelante debería llamarse
azulona. Y volvió. Y empezaron a diluviar las promesas. Ni un solo recorte como
los que anunciaba el pérfido Rubalcaba. Reformas, sí, porque Zapatero fue un
padre vicioso que dejó una herencia acumulada por encima de sus posibilidades.
Y así la totalidad de los españoles. Subidos a su propio vivir por arriba de
esa pobreza a la que deberían haberse acostumbrado, pero que ahora rehusaban
como nuevos ricos a los que no les pertenece lo que falsamente habían sido sus
derechos. Pero él, después de venir del futbol, empezó a hacer reformas.
Si supimos vivir con
cartilla de racionamiento, con casas de socorro, pedir en las puertas de las
iglesias, ser viejos con mocos y muletas de madera, morirnos a tiempo para no
ser estorbo, aprender con la regla golpeando las puntas de los dedos, emigrar a
la vendimia, besar la mano de los curas que nos daban un trozo de pan después
de misa de doce, vivir de la caridad sin justicia, calentarnos con el brasero,
vestir en el corte parroquial donde las señoras buenas que comulgaban nos daban
ropita para los niños. Si sabíamos vivir así, por qué habría que cambiar? Y
Rajoy nos empujó, reforma a reforma, hasta nuestro estado natural, primitivo,
del que nunca deberíamos haber salido porque los pobres siempre deben seguir
siéndolo, porque hay que respetar las tradiciones.
Y ahí estamos de nuevo. Sin
calefacción, con hambre, con niños desnutridos, con estudiantes que no lo son,
con emigrantes como cuando era entonces, con jubilados que han sido devueltos a
su estado de viejos, con caridad supliendo a justicia, con mujeres con carnet
de mujeres que les otorga Gallardón, con enfermos que se mueren porque es ley
divina, según dice Cañizares Cardenal,
Remitiendo los estómagos a
la vida eterna, asegurando que sólo los perseguidos por el ministro del
interior irán al cielo.
Por fin nos han redimido y
nos han colocado en el hemisferio del tiempo que nos corresponde. Ya nunca es
primavera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario