SOY
CUALQUIERA
Es difícil ser un hombre o
una mujer cualquiera. Llamarse Pedro, Paco o Pilar es nombrar una grandeza
honda. Tenemos a veces la impresión de que sólo los banqueros, políticos,
empresarios, adinerados son los importantes. “Es de buena familia” se decía
para significar que alguien había nacido en una cuna acolchada con dinero,
abrigada con dinero. La reunión, decimos, estaba plagada de grandes
personalidades, es decir, de gente con un DON delante, con apellido medieval y
sobre todo billetera abultada.
Llamarse Pedro, Paco o Pilar
es vestido de oficina disimulado de colonia Paco Rabanne, traje de
rebajas-corte-inglés o grasa de taller mecánico y andamio con bocadillo de doce
y piropo a un culo muy culo. Pero hay también hondura porque la dignidad no es
patrimonio de billetes de quinientos, sino de actitudes que trascienden hacia
la altura humana de ser lo que somos en profundidad. Y sin caer en demagogias
fáciles, me atrevo a decir que hay mucho DON que es producto de una compraventa
y que mucho “cualquiera” es grandeza de lucha por no sucumbir a la indecencia que se
esconde en muchas elecciones vitales.
Tropezamos a diario con
corruptos que apestan. ¿Hace falta nombrar a políticos que mienten, que
desprecian promesas electorales, que machacan
salarios, sanidad, vejez, dependencia en pro de evitar que caiga una
banca que ha despilfarrado, robado, invertido en negocios rentables para muy
pocos a costa de robar inocencia de ahorro a viejos e ignorantes?
Ser cualquiera entraña la sencillez de una vida
transparente. Muchas horas de trabajo, una caña los domingos y el amor de los
sábados por la noche porque no está tan agotada ella, porque no está tan
agotado él y se quieren besar la sangre en el hermoso encuentro de labios y
sexos.
Y otra vez mañana a ser
cualquiera. A vivir en el miedo. Miedo al despido, al recorte de sueldo, al
chantaje de que hay cola esperando para ocupar el puesto que te obligan a
aceptar pero a doble de horas y mitad de nómina. Miedo a un ERE que te incluye
sin poder acudir a un sindicato o a un juez porque te han usurpado el convenio
y no tienes dinero para pagar las tasas
que impone Gallardón. Miedo a quedarte embarazada porque te dolerán los riñones
y la espalda y a lo mejor algún vómito. Miedo a que el gozo de tu maternidad se
convierta en la amargura de un despido y que tu hijo nazca en el INEM como un
parado de mañana porque su madre lo es de hoy. Porque Gallardón dice que la
maternidad es la que hace a la mujer-mujer, pero se desentiende del feto con
una discapacidad o del bebé que no puede
aspirar a un biberón si no se lo dan en un banco de alimentos.
Es difícil, muy difícil, ser
cualquiera. Tú y yo somos de esos. No entendemos de mercados, primas de riesgo,
déficit, bolsa, inversiones, deuda externa. Sabemos de las patatas con
zanahorias, la hipoteca, las vacunas que nadie nos ayuda a pagar, el cáncer del
abuelo al que le limitan la medicación porque es muy cara, a la educación del
chaval que tiene talento pero no disfruta de una beca, a la hija que se fue a
Londres a servir cervezas o a Alemania a limpiar servicios de bares por
cuatrocientos euros doce horas. Tú y yo somos de esos.
Nuestro dolor ahí. Nuestros
desengaños en lo que nos prometieron y ahora nos roban. Nuestra desesperanza,
nuestro asco existencial, nuestra falta de futuro. Porque tú y yo tenemos
cuarenta y ocho años y somos viejos para
trabajar y nos restriegan nuestra experiencia como una camisa sudada y nos
echan en cara que trabajamos en negro los doscientos euros de la chapuza y nos
llaman defraudadores porque no declaramos en la oficina del paro que a veces
arreglamos un grifo.
Somos muchos los
“cualquiera” que se agazapan detrás del
vacío, los que comemos un plato de sopa con la pensión de la abuela, los que
nos juntamos con el amigo que puede darnos el cigarrillo, los que ya nos sobran
los pechos o los labios porque la frustración nos prohíbe hasta el amor del
sábado noche.
Qué difícil sentirse Pedro,
Paco, Pilar. Qué angustia ser cualquiera.
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