CUALQUIERA
Qué difícil ser cualquiera.
Llamarse Pepe o Pilar, por
ejemplo.
Vaqueros, Tucci o mono de
andamio azul.
Ser cualquiera.
Dos hijos, parado o con
trabajo,
caña y tapa los domingos,
muslos abiertos los sábados
porque el cansancio relaja los
músculos
y hace fuerte el amor entre
las sábanas.
Ser cualquiera.
Una mochila de obligaciones:
comida, educación, hipoteca,
miedo al despido siempre
procedente
por la disfunción eréctil
del que manda.
La calle, un cajero entre
cartones
y la categoría simple, muy
simple, de ser chusma,
hambre, abandono.
Y tus hijos pidiendo por
amor de dios,
tu mujer gritando sus
caderas,
chatarra a setenta céntimos
el kilo.
Te han embargado hasta el
nombre.
No eres Pepe ni Pilar,
sólo el pobre de la esquina,
el de la camisa incolora,
recuerdo de un despacho
cuando no eras cualquiera
y te llamaban señor
y eras oficial de primera
y ella amasaba el pan cada
mañana,
anterior a la crisis,
cuando el pan era calor
familiar
y besos y cariño.
Ahora no eres nadie.
Un número si acaso,
cifra desesperada,
humillada,
asqueada,
con olor a suicidio
para ser una boca menos,
una preocupación menos,
una carga menos.
Con tus hijos en las puertas
del INEM
como el último hospicio,
implorando un trabajo,
las horas que sean,
el sueldo que sea,
para untar tu dignidad
y disimular el asco de
vivir.
Qué difícil ser cualquiera,
cuando ya ni se es
cualquiera.
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