SIEMPRE
ESTAS
Al final de la lluvia,
estás.
Cuando termina la nieve su
derroche, estás.
Cuando se arruina el tiempo
y se queda sin tiempo el
tiempo, estás.
Cuando se astilla la luz,
cuando los huesos del
viento,
cuando se licúa la sombra,
estás.
Cuando olvido tu nombre
y sustituyo tu apellido
por una luna de muslos
nuevos,
por las caderas de un río,
por la cintura de una
giralda elegante, estás.
Vuelves porque se me pierde
el grito,
porque te trae la voz que
sabe a piel,
porque la distancia es
esperanza
y estás, siempre estás.
Tuteas mi boca
y exiges un aliento original
que ensarta los besos,
como cerezas los besos
deshuesados de ternura.
Estás porque me sabes,
porque has andado mi sangre
porque has pisado el barro
enamorado
y están tus huellas
dactilares
impresas en mi espalda.
Estás. Siempre estás.
Cuando acaricio mi sexo
soñando entrar en tu sexo,
comprendes el chorro de
existencia
quemando la sangre,
recuperando aquella tarde,
que fue ayer,
que fue nunca,
porque nunca existió,
pero estabas y estaba
y supimos besarnos
como nunca supimos besarnos.
Y ahora ignoro si el “nunca”
es real
y sucede sin saber que
sucede
y tuvo aquella tarde
volumen de eternidad,
de siempre.
Te abrazo porque estás,
porque puedo convertir la
distancia
en presencia sostenida entre
las manos,
en conciencia de ausencia
iluminada
donde pones tu pie para
andarme,
para sembrarme huellas que
recuerden
que estás,
que estás siempre.
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