viernes, 14 de marzo de 2014

SIEMPRE ESTAS


Al final de la lluvia, estás.
Cuando termina la nieve su derroche, estás.
Cuando se arruina el tiempo
y se queda sin tiempo el tiempo, estás.
Cuando se astilla la luz,
cuando los huesos del viento,
cuando se licúa la sombra, estás.
Cuando olvido tu nombre
y sustituyo tu apellido
por una luna de muslos nuevos,
por las caderas de un río,
por la cintura de una giralda elegante, estás.
Vuelves porque se me pierde el grito,
porque te trae la voz que sabe a piel,
porque la distancia es esperanza
y estás, siempre estás.
Tuteas mi boca
y exiges un aliento original
que ensarta los besos,
como cerezas los besos
deshuesados de ternura.
Estás porque me sabes,
porque has andado mi sangre
porque has pisado el barro enamorado
y están tus huellas dactilares
impresas en mi espalda.
Estás. Siempre estás.
Cuando acaricio mi sexo
soñando entrar en tu sexo,
comprendes el chorro de existencia
quemando la sangre,
recuperando aquella tarde,
que fue ayer,
que fue nunca,
porque nunca existió,
pero estabas y estaba
y supimos besarnos
como nunca supimos besarnos.
Y ahora ignoro si el “nunca” es real
y sucede sin saber que sucede
y tuvo aquella tarde
volumen de eternidad,
de siempre.
Te abrazo porque estás,
porque puedo convertir la distancia
en presencia sostenida entre las manos,
en conciencia de ausencia iluminada
donde pones tu pie para andarme,
para sembrarme huellas que recuerden
que estás,
que estás siempre.


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