LA
CRISIS DE LOS UTEROS.
Desde hace un tiempo el
término crisis debe ser uno de los más repetidos. Es un concepto elástico que sirve para
cobijar toda clase de reformas, ideológicas sobre todo, y justificarlas buscando un cambio social, una revolución a
la inversa que aniquila un conjunto de
derechos conseguidos con el esfuerzo de muchos y cuya desaparición favorece a
unos pocos. Revolución a la inversa porque la historia enseña que ella se
consigue cuando la mayoría se enfrenta a una minoría. Pero en este caso, la
minoría poderosa se ha levantado contra la mayoría pobre y ha ganado la
batalla. No se trata de una mayoría que logra unas cotas de derechos nuevos a
base de lucha, sino la consecución de todos los privilegios por parte de unos
pocos frente a la masa de los pueblo. El poder absolutista de unos pocos ha
embestido contra la mayoría huérfana. No han conquistado el poder. Ese ya lo
tenían, pero lo han aumentado a base de ahogar a la ciudadanía en su propia
miseria. Y se rocía a la muchedumbre de miedo. Miedo a perder la vivienda, a
perder el trabajo, miedo a despreciar la oferta injuriante de horas y horas de
trabajo por un sueldo de hambre que no te permite alimentar el estómago, la
esperanza, el futuro. No sólo gritan los estómagos de los parados. La grosería
de los empleadores llega al punto de hacerte pasar hambre pese a estar
trabajando. Y todo amparado por leyes que dicen ser imprescindibles dada la
crisis.
¿Pero todos los derechos que
se están arrancando en carne viva vienen exigidos por ese temblor cósmico que
es la crisis económica? ¿O aprovechando
las circunstancia y dado que el poder político y económico están empeñados en
triturar un estado de bienestar, alguien llega a la conclusión que es la
ocasión perfecta para amputar todos los derechos?
Y aquí aparece Gallardón, al
que muchos calificaron de centrista en un tiempo, pero que ha enseñado sus
raíces seudocristianas, se ha rendido a enseñanzas seudoteológicas y se ha
dedicado a convertir en escombros supuestos molinos de viento. Y siguiendo esa
tradición misógina de un cristianismo rancio, se ha encarado con los derechos
de la mujer. Incapaz de venerar el misterio adorable de la femineidad, ha
preferido el camino fácil de la usurpación, de la destrucción de sus valores,
de la intromisión sacrílega de su cuerpo y de sus derechos. Postura que no es
consecuencia de una crisis económica, sino que es consecuencia de un cambio
ideológico de la sociedad. La mujer ha estado históricamente relegada por la
influencia de un cristianismo que ha hecho de la mujer un conjunto de todos los
males sin mezcla de bien alguno. Un ser destinado a la reproducción, al
servilismo ante el varón, arrinconada a papeles secundarios y a inculcarle un
quehacer sin importancia en la evolución de la historia. No han valido las
mujeres escritoras, poetas, investigadoras. La mujer, por el hecho de serlo,
había que encerrarla en su carencia de valores. Hay que regresar a la sociedad
en la que la mujer era sólo un órgano reproductor. En consecuencia, hay que
negarle derechos que ha ido conquistando poco a poco y que todavía son sólo una
muestra de los que está llamada a conseguir y disfrutar.
Y Gallardón, cumpliendo con
esa visión cristiana y casposa, ha atacado a la mujer en su conjunto de
posibilidades y ha hecho lo imposible para salvar su papel tradicional, es
decir, su capacidad reproductora. Y como salvaúteros, arranca decisiones que
sólo a ella le compiten y se empeña en apropiarse de su cuerpo maternal. Y le
prohíbe tomar decisiones y le exige que sean otros los que decidan por ella.
Médicos, psiquiatras son los responsable, y no ella, de su maternidad. Sólo es
plenamente mujer –dice Gallardón- la mujer que llega a ser madre. Y en base a
este principio, deben ser las leyes, los médicos y los psiquíatras los que
velen por el cumplimiento de su cuerpo y los que en último término usurpen el
papel decisorio de la mujer puesto que ella carece de elementos intelectuales
para decidir por sí misma.
Y así como se asignan a la
crisis económica la inversión de valores y se vuelve a la aristocracia en
detrimento de la democracia, se aprovecha la ocasión para devolver a la mujer a
su estado de servidora del varón. La mujer no tiene más derechos que los que le
otorga Gallardón y un conjunto de mitras
misóginas.
Se ha aprovechado eso que
llaman crisis económicas para potenciar una crisis de úteros.
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