AQUEL
ENCUENTRO
Te encontré aquel día
cuando regresaba hacia mí mismo.
Llevabas una tristeza azul sobre los hombros
y los labios mojados de recuerdos.
Yo iba camino de mi nombre,
para aprenderme, saberme, interrogarme.
Tú venías, azules los ojos,
rubio el pelo, colgado de tu espalda.
Fue una suerte aquella acera estrecha
donde no cabían dos soledades.
Nos cedimos el paso
por aquello de la buena educación.
Fue entonces cuando tú,
cuando yo
rozamos el nosotros.
Nos dimos las manos
y ha sido imposible recuperar su propiedad.
Tú tocas la vida con mis dedos
y yo aprendo caricias
que venían incluidas
en el regalo de aquel mayo lluvioso.
Y vivimos
con el encuentro de entonces en los ojos
con la distancia amarga
que sabe a cercanía,
con lo imposible para siempre imposible
como si no hubiera existido aquel encuentro
en la acera estrecha
donde no cabrían nunca
dos soledades solas.
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