Estabas desnuda. Boca
arriba. Los ojos llenos de sombras. Tus pechos como torres. Como un mar tu
vientre. Jardín tu sexo. Rosa negra tu sexo. Luna menguante tu sexo. Desnuda.
Boca arriba. Como tú me pediste. Cuando muera –me decías- quiero estar desnuda.
Que me veléis desnuda. Que me enterréis desnuda para que me ame el sol, para
que la luna me penetre y se vistan de estrellas mis entrañas.
Miré tu desnudez. No era la
misma de otras noches. No era un grito
tu cuerpo, un gemido tu cuerpo, un ritmo tu cuerpo. Eras un río, una espuma,
una esquina de piel.
Y empecé a morirme poco a
poco, un poco más a prisa, desbocado en el último momento como cuando el
orgasmo, como cuando la plenitud, como cuando nos rendíamos a la alegría
infinita de habernos amado.
Empecé a morirme porque en
el fondo sólo he existido para amarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario