NECESITO
UN MUERTO
No hace tanto tiempo, el
terrorismo era una necesidad para unos cuantos. Mayor Oreja, ministro que fue,
eurodiputado que es, ha demostrado que no sabe hablar de otro tema. Jamás nadie
le ha oído hablar de economía, de medio ambiente, de sanidad. Tiene una incapacidad
total para otras parcelas de la vida. Y si desaparece el terrorismo, se
convierte en una barba blanca que no sabe qué decir. Como Gallardón, que se
resume en unas cejas, dando tumbos, recortando que es fácil, amputando derechos
que es fácil, como un macho cabrío frente a la mujer que es fácil. Y lo mismo
le pasa a Isabel San Sebastián, a Alcaraz y ahora es el alimento único de ese
nuevo partido que se llama VOX.
El 22 de Marzo se celebró el
día de la dignidad. Porque un estómago vacío, un niño con hambre, un
dependiente sin ayuda, el hijo de un obrero sin universidad, el enfermo
convertido en mercancía, el anciano alimentando a su hijo de 50 años, el
desahuciado, el parado sin posibilidad de trabajo, el cliente de Cáritas en
busca de una bufanda para el niño o un plato de lentejas para calentar la
soledad, el emigrante que tiene que exiliarse en busca de trabajo, todo ellos
forman circunstancias que recortan la dignidad que nos pertenece. Y el 22 de
Marzo el pueblo se echó a la calle a exigir dignidad. 4.000 dijo Telemadrid.
40.000 permitió el miope Marhuenda. 350.000 la policía municipal. 2.500.000 los
organizadores. No entro. Los que estuvieron en la calle y los que no, exigimos
a gritos que es urgente que nos devuelvan la dignidad. Porque tal vez podamos
vivir sin otras cosas, pero nos negamos a durar (no es lo mismo que vivir) sin
ella.
Y al final pasó lo que pasó.
Gente que golpea a gente. Policías contra civiles. Civiles contra policía.
Violencia maldita que apuñala la reivindicación justa, constitucional, la
exigencia ineludible de una dignidad arrancada a jirones. Y un gobierno que
reduce a violencia el grito indignado. Y una Delegada del gobierno, una
Alcaldesa torpe, que abrevian el hartazgo de un pueblo y lo estuchan en una
cajita que sólo guarda golpes. Y unos Marhuendas, Merlos, Terchs, Cuestas, González,
Los Santos que, miopes absolutos, sólo vieron desmanes que hay que condenar y
que yo también condeno. Y un Presidente de la Comunidad de Madrid que palpa
nazismo y amaneceres dorados porque tiene los ojos sucios, empañados de
Esperanza Aguirre, empeñada en destronar a Rajoy.
Estaba de cuerpo presente un
cadáver de dignidad histórica: Adolfo Suárez. Y explotaron su grandeza para
pisotear la grandeza de los que en la calle gritaban libertad, libertad sin ira, libertad, como unos Jarchas
de 2.014.
Y en los balcones de
Castellana, asomados a un fanatismo ciego, unos opinadores repartiendo
calificativos. Filoetarras, miembros de Herri Batasuna, radicales de
izquierdas, nazis, amanecer dorado. Con la boca llena de odio, de parcialidad,
de vómito pestilente. Eran 50, 100, 500. No entro. Porque por encima del número
que se asigna había un número infinito de personas necesitadas de dignidad,
pidiendo auxilio a la vida para que nadie le arranque esa piel que da elegancia
a la existencia, sentido, coherencia.
A muchos les hubiera venido
bien un muerto porque no querían ver el muerto que estaba gritando en la calle.
Hubieran necesitado un policía muerto, un manifestante muerto para justificar
su actitud de náusea incontenida. Por suerte no murió un policía, ni un
manifestante. Pero me preocupa que nadie vio ese pueblo al que están matando poco
a poco, inyectándole miedo para que se conforme con una esclavitud laboral,
para que se mueran a tiempo los enfermos sin gastar demasiado en medicación
cara, en que no se alargue la vida porque se nos llenan los jardines de viejos
improductivos, de mujeres que se empañan en no hipotecar su útero en el banco
malo de Gallardón, en ser dueñas del misterio hermoso de su cuerpo.
Nuestros gobernantes
necesitaban tal vez un cadáver fabricado por esa ley mordaza del ministro-opus,
de Bánez-blanca-paloma, de Alberto-Rouco-mitrado, sin darse cuenta que el país
está lleno de muertos de hambre, de muertos sin esperanza de futuro, de muertos
sin un mañana, sin esperanza, sin trabajo, asqueados de ser cadáveres que se suicidan
no porque los vayan a suicidar sino porque están cansados de ser cadáveres
rentables para la bolsa, para la prima de riesgo, para la deuda, para la banca
usurera.
Atocha, El Prado, Recoletos,
Cibeles. Cadáveres sembrados en cunetas, como en otros tiempos. Ya no hace
falta un policía muerto. Ni un manifestante. Puede ser que basten 4.000, 40.000…2.500.000.
Una cosecha que el capitalismo lleva en
parihuelas mientras canta un responso por la dignidad enterrada.
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