ALEMANIA,
PROVINCIA DE CEUTA
No hace mucho escribí un
artículo titulado LA MALETA DE CARTON. Fue por entonces. Nos pisaba el cuello la
dictadura. Era la miseria, el hambre, el abandono. Vacíos los estómagos. Ellos
en las plazas de los pueblos. Por si el señorito precisaba alguien que
ordeñara, que hiciera surcos, que recogiera aceituna o algodón. Y venía el
señorito. Los miraba de arriba abajo y elegía como cuando en el motel de
carretera elegía a la puta de muslos morenos y ojos que le tocaban la
entrepierna.
Y se quedaban los otros, con
la tristeza a cuestas, con el vacío a cuestas, con el hambre a cuestas. Y a
medio día decirle a ella que igual que ayer, que antes de ayer, que desde hace
tiempo, y que los niños vayan a pedirle a la abuela y que tú y yo no comeremos,
como ayer, como antes de ayer.
Y otro día sin que el
señorito se fije en su estómago y piense en el estómago de ella, en el de los
hijos. Y la abuela ya sin nada que darle a nadie. Y el hambre que no espera. Y
un amigo se lo propone. ¿Y si nos vamos a Alemania? ¿Está muy lejos? Sí, está
muy lejos, pero hay trabajo y dicen que comen todos los días y que desde allí
pueden alimentar a la parienta y a la chavalería.
Llenó la maleta de
recuerdos, de nostalgias, de soledades, de ausencias. La maleta de cartón.
Atada con unas cuerdas. Y les dijo adiós desde la tercera clase de un tren con
humo infecto. Asiento de madera enrejada. Como si empezara un cautiverio. Por
miles se fueron. Alemania, Bélgica, Holanda, Francia. Camareros alegres,
simpáticos, rápidos. Mecánicos de puntualidad exquisita. Albañiles de andamio
metálico, sin tortilla a media mañana ni piropos a una mujer hermosa. Y lavar
la ropa. Y tenderla en aquellos pabellones prefabricados sin sol español. Y a
fin de mes el giro de dinero para que ella se ponga guapa y los churumbeles estrenen
pantalón azul marino.
Fueron nuestros emigrantes,
nuestros exiliados. Europa estaba poblada de hambre española, de miseria
española, de honradez y soledad y nostalgia españolas. Y en verano, vuelta al
pueblo. A abrazar a los niños, a besarla furiosamente a ella, a decirle a los
paisanos que se pasa mal, que Manolo Escobar, que Julio Iglesia, que El Fari,
que Antonio Molina. Pero que no había más remedio. Que más cornás da el hambre.
Y que a lo mejor podían comprar un seat 6oo. Que a lo mejor podían alquilar una
casita y llevase a la mujer y a los niños. Que a lo mejor, quién sabe, sucede y
pasa y se llega a…Y se protagonizaba el cuento de la lechera porque de algo
servía para sobrellevar la angustia.
Dos millones de españoles
están en estos momentos sufriendo como emigrantes. Ahora llevan maletas Adolfo
Bachiller o de loneta con ruedas, rebajas de Carrefour, un portátil con Skype
para besarse a distancia, acariciarse a distancia, abrazarse a distancia,
encenderse a distancia. Y un móvil para que
la abuela sin casi vista le oiga al nieto. Y se van los sanitarios, los
maestros, los investigadores. Aquí sobran. Porque otra vez es como entonces.
Niños que se marean en el colegio porque no han desayunado. Casas sin
calefacción por aquello de la pobreza energética. Familias donde no entra un
euro. Matrimonios que se dividen entre la casa de los padres de ella y de él.
Colchones separados. Desahuciados que duermen mirando a la luna, trabajadores
intoxicados de miedo aceptando condiciones de esclavitud. Y se van. Y la
ministra no le llama emigración porque le da vergüenza y habla de movilidad
exterior. Y Pons blasfemando que irse a Alemania es como trabajar en España
porque somos Europa. Y nos quejamos del mal trato que a veces reciben los
Pacos, los Manolos, los Pepes por el
delito de ser inmigrantes. No nos hemos dado cuenta que Alemania es provincia
de Ceuta. Como Méjico, Argentina, Francia o Bélgica.
En Ceuta hemos instalado un
muro de cuchillas para que se desgarre la carne negra del hambre, de la miseria,
del olvido. En Ceuta disparamos al aire
pero las balas saben el camino de la nuca. En Ceuta levantamos muros de espinas
para coronar la cabeza de la miseria, para que quede claro quiénes son los
ricos y quiénes los pobres, para que sepamos distinguir el sudor del loewe.
Hemos explotado sus tierras, sus riquezas, sus minerales. Los hemos conducido a
la sombra del universo mediante el eufemismo de una colonización que debía
llevarles a la civilización y en nombre de la cruz hemos destruido sus
costumbres, sus ritos, sus bailes gloriosos para dioses que son sus dioses. Los
abandonamos (el lenguaje eufemístico le llama reconocimiento de su
independencia) cuando ya no tenían nada que nos enriqueciera.
Muros de la vergüenza de los
que ya no nos avergonzamos. Les llamamos fronteras necesarias de un país, el
nuestro. Dos millones de españoles enseñando su carestía, su miseria, su hambre
por el mundo, no nos ruboriza como nación porque trabajar en Europa es como
hacerlo en España, porque no es emigración, sino movilidad exterior.
Hay que aprender nueva geografía
y saber que Alemania es provincia de Ceuta
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