ECOGRAFIA
“Quien
le puso salvaora, qué poco le conocía…”
A lo mejor alguien recuerda la coplilla. Había diputados en Cortes y por
el hemiciclo dictatorial de Franco revoloteaban sotanas y crucifijos
bendiciendo la cruzada nacional. Era cuando las familias numerosas de Alberto
Closas y los diez hijos santificados de la señá Gregoria beatificados por el
régimen y Antonio, el arriero que vendía búcaros frescos y disfrutaba noche a
noche de las piernas abiertas de su santa y obediente esposa con olor a cocina.
En
el hemiciclo democrático apareció él, Salvador se apellida, de UPN, franquicia
del Partido Popular, delegación de las cejas persistentes de Gallardón, amante
de la vida, del derecho a la existencia de quien vive en palacio y de quien
enseña muñones en las aceras de Gran Vía, Sierpes o Diagonal. Porque la miseria
no tiene condiciones de autonomía ni separatismo, sino que es hambre
globalizada, nacional, como el fútbol o los toros.
Gallardón
tiene sus cajones llenos de fetos a los que quiere salvar. Fetos de angustia de
muchacha joven, malformados, discapacitados. Pero Gallardón está ahí pregonando
que la mujer sólo lo es plenamente si es madre. Porque el sexo no es un gozo
que anda por la sangre, por los pulsos, por los labios, sino que es
exclusivamente el medio para que Dios procree almas insufladas. Se lo dijo
Rouco, se lo incrustó Rouco y él lo mastica, lo asimila y se siente con poder
de dispensación vicaria de espíritu en cada noche de amor, entre sábanas
seminales, en el derroche de esperma y óvulos. Gallardón aprovecha el beso
sexualmente más íntimo para depositar la vida, para confirmar la existencia
humana, y ayudar, ginecólo de M-30 y glorietas, a venir al mundo glorioso del
Partido Popular porque todo es fruto bendito de tu vientre, Jesús.
Gallardón
se siente domador de mujeres. Porque hay que regresar a aquel paraíso cuando no
tenían derechos para viajar sin permiso marital, ni abrir una cuenta bancaria
sin autorización del macho, porque ella tiene destino de cocina, de lavadora,
de planchadora. Lo dijo Pilar Primo de Rivera apoyada en las leyes
fundamentales y los principio del movimiento nacional. Gallardón no puede
pensar que la mujer quiera ser ella misma, con derechos, ostentando la
propiedad de su cuerpo, de sus ovarios, de su útero. Faltaría más. Ya todo es
derecho reclamado, exigido. Sólo faltaba que se apropien de sus labios, de sus
pechos, de sus ingles, del placer de vivir, de disfrutar entre almohadas de
éxtasis, que se adueñaran de orgasmos, que perdieran la conciencia de que son
propiedad genital del varón.
Gallardón
no entiende que la mujer es propiedad exclusiva de sí misma y que la ejerce a
través de su cuerpo. No asimila la existencia de derechos porque ella es ella y
el misterio que la define y la engrandece. Y que de ahí se derivan los derechos
de su piel y de su vientre laico sin dioses ni obispos que la expropien de su
dignidad. Y que en consecuencia ejercen su sexualidad como una primavera de su
cuerpo y su maternidad como un regalo que sólo ellas tienen el gusto de hacerse
a sí mismas. Gallardón debe abandonar su vocación de semental que protege
falsamente la función reproductora femenina. Y de ahí todas las consecuencias que
se derivan.
Y
ahí aparece el tal Salvador (qué poco lo
conocían). Y exige que la mujer contemple una ecografía del fruto de sus
entrañas porque así tomará conciencia de su decisión criminal, que lo han dicho
los obispos y las mitras se clavan como remordimiento eterno en la carne de la
mujer pecadora.
Yo
pido desde aquí una ecografía vital de la calle. Para que algunos vean a la
gente escarbando en contenedores, acudiendo a comedores sociales por un plato
de arroz blanco y de macarrones para los niños, a los discapacitados sin ayudas
para la dependencia, para que alguien les empuje la silla de ruedas o los meta
en la ducha, a los parados sin un trabajo que llevarse a las manos, a los
abuelos preparando una sopa de ajo todos los días porque no dan para más los
quinientos euros para el hijo, la nuera y los nietos. Yo pido una ecografía de
los enfermos de cáncer a los que se priva de medicación porque es cara, de los
crónicos que deben pagar después de haber pagado para dilatar sus pulmones
grises de tabaco y silicosis, a los jóvenes que “cuando salen de su tierra
vuelven la cara llorando” porque la madre, por la novia, porque los
amigos…atrás se iban quedando.
Algunos
políticos debería lavarse las conciencias antes de legislar. Algunos deberían
esterilizar sus manos antes de talar los derechos de una mujer. Algunos
políticos debería cortarse las manos porque no son capaces, no lo serán nunca,
de acariciar el alma de una mujer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario