TENEMOS
QUE HABLAR
Tendremos que
hablar algún día
de los besos,
por ejemplo.
Recobrar la
memoria de los labios,
la palabra
nunca pronunciada,
los silencios
ocultos,
los
sentimientos buscando
la ternura de
tus manos.
Hablar, por
ejemplo
de las noches
que nunca existieron,
de aquellas
madrugadas
saturadas de
insomnio.
Hablar, por
ejemplo,
de Manolo
Altolaguirre,
de Federico,
de Dámaso,
del retorcido
dios de Blas de Otero,
cuando las
tardes noches
se iban
haciendo invierno.
Hablar, por ejemplo,
de aquella
tristeza adolescente
que nos
creció como una enredadera
atada a la
cintura.
De plomo y
alegría
squella
enredadera
contradictoria,
dependiendo tal vez
del cansancio
de la luna.
Tenemos que
hablar, por ejemplo,
preguntarnos
qué fue de
los caminos,
del agua que
bebimos
en nuestras
propias manos.
Tenemos que
hablar, por ejemplo,
de tus pechos
huidos,
de tu monte
de venus
escalado con
vértigo,
sin volver la
mirada
para evitar a
Newton,
y rompernos
la vida, caídos
en el tiempo
sin tiempo.
Es otoño y no
estoy tan seguro
que tengamos
que hablar.
Creo que es
preferible
repartir la
distancia,
facturar el
olvido
y aguantar
entre dientes
la próxima
nieve,
el grito
escarchado,
y abrazar a
Neruda:
“nosotros,
los de entonces,
ya no somos
los mismos”
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