QUIERO
SER FELIZ
Rajoy
se levantó aquel día con castañuelas en el estómago. ¿Había hecho el amor esa
noche? Nadie pudo comprobarlo, pero llevaba una feria de Sevilla en la sonrisa.
Se acordó de Dolores. Pongamos que se llamaba Dolores. Y Dolores se lo había
pedido. “Devuélvanos la felicidad, Sr. Rajoy”
Y Rajoy, que llevaba castañuelas en el estómago y una feria de Sevilla
en la sonrisa, subió al estrado y adquirió un compromiso: “Si salgo elegido
presidente del gobierno, voy a devolver la alegría a los españoles” Zapatero se
la había fagocitado. Angel Gabilondo (qué lujo, un ministro metafísico) había
destrozado la educación. La sanidad no era negocio y los enfermos no tenía la
categoría de mercancía. Los viejos habían mejorado en un 27% sus pensiones y
resulta que no se morían. Los homosexuales tenía derecho al amor, las mujeres
iban camino de la igualdad, las civilizaciones tenían que encontrarse…Y así
hasta un sinfín de maldiciones que habían ahorcado la alegría. Era verdad que
se habían congelados las pensiones, que se había disminuido el sueldo de los
funcionarios, que el paro abarrotaba las oficinas del INEM. Era verdad que se
había modificado la Constitución para que Merkel fuera coronada emperatriz de
Lavapiés- Era verdad que la deuda era deuda y había que pagarla ante todo como
se pagan las deudas del amor. Y Zapatero se iba escondido en los ojos de
Sonsoles, tapado con la voz hermosa de Sonsoles, parapetado en la cintura de
Sonsoles. Y se iba masticando la alegría de España, la sonrisa de España, el
garbo de España. Por eso Dolores, pongamos que se llamaba Dolores, le suplicaba
a Rajoy que nos devolviera la alegría porque España sin alegría no puede ser
rociera-blanca-paloma, ni san Fermín-encierro-pañuelo-rojo, ni Alhambra, ni
Mezquita, ni Giralda. España sin su alegría es una noche con huecos en la cama,
un vientre sin oleaje de manos, un centro de ingles solas sin un manojo de
claveles reventones.
Y
ahí estaban los palafreneros. Con mantilla ella, siempre Corpus toledano, María
Dolores patrona de los trabajadores, Pons con tres millones de puestos de
trabajo, Arenas defendiendo la jubilación a los sesenta y cinco porque lo de
sesenta y siente es una trampa macabra de Zapatero, y Montoro pintando líneas rojas
que nunca deberían sobrepasarse. Y Mariano, en parihuelas como silla gestatoria
humilde y pobre como manda Alemania, camino de Palacio, zurciendo la tristeza
socialista y haciéndola alegría para que Dolores, pongamos que se llama
Dolores, recupere el gozo frustrado de España, una, grande y libre, como cuando
brotaba de El Pardo el orgullo de ser español, el silencio sereno de los
cementerios, la paz borrosa de la nada.
Y
en la primera noche de cama presidencial se subieron los impuestos y empezó la
reforma laboral para que los trabajadores aprendieran que Laponia también
existe y que hay que ganar menos y trabajar más como pronosticaba el profeta
Díaz Ferrán y se entregaba la sanidad a quienes promovían el turismo sanitario
excluyendo a unos inmigrantes que nos sangraban como sanguijuelas, y se
destruían las pensiones para que los jubilados regresasen a su categoría de
viejos que deberían morirse a tiempo y al hambre refugiada en contenedores
caducados y a desahucios para dar techo a los botines, a los gonzález, a los ratos
y blesas preferentes y dinero a espuertas para esas jubilaciones
multimillonarias de consejos de administración y desempleo abrigado con la
sonrisa blasfema de Fátima-señora-del-rocío, y Wert enseñando que ser pobre es
una obligación sin derechos y ser rico un derecho sin obligaciones y Ana Mato
haciendo de los hospitales franquicias regaladas para que se comercialice el
dolor como la marroquinería de Ubrique y Montoro demostrando que con
cuatrocientos euros de los abuelos pueden comer ellos, los hijos, las nueras,
los nietos y que todavía sobra para comprar pelotas de trapo como cuando
entonces.
Si
vas por la Moncloa pregunta por la Dolores, pongamos que se llamaba Dolores…
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