viernes, 15 de agosto de 2014

NO SUPE BESARTE


No supe besarte aquella tarde. Anduvimos despacio. Manos entrelazadas. Conscientes de que a cada paso esas manos rozaban las ingles y ese roce tenía eco en la primavera más íntima de nuestros cuerpos. Recuerdo tu mirada y tu sonrisa y tus ojos entreabiertos cuando conseguiste llegar hasta mi arboleda vertical. ¿Recuerdas mi mirada, mi sonrisa, mis ojos entreabiertos cuando logré acercarme hasta la cumbre de tu cuerpo?

Pero no supe besarte aquella tarde. Llovía. Estabas triste. Llevabas recuerdos en el bolso y un fular de nostalgias en el cuello. Bajo un paraguas están más cerca los labios, los besos se miran y miden en centímetros el deseo de las bocas. Aceleramos el paso porque nos perseguía el deseo como una tormenta entre las piernas. Abrevió el ascensor el tiempo de contacto. Tras la puerta nos arrancamos la ropa y los dos tocamos huellas de manos anteriores. A otras manos me sabían tus pechos. Otras manos cercaban mi cintura.

No sé si fueron los celos. No sé si extrañamos la piel. No sé si había otros sueños en las sábanas. No sé si otras lenguas en tu luna. No sé si otros ritmos en la música de la entrega. No supe. No supiste nunca. No lo sabremos.

Me puse despacio la corbata. Fue un rito abrochar el sujetador. Colgaste tu ropa interior como quien viste al viento. Sacaste la tristeza de tu bolso. Enredaste tu cuello en el fular de nostalgia y nos dijimos adiós.

No supe besarte aquella tarde, pero tengo los labios llenos de ti. Lleno de ti mi vientre. Lleno de ti mi espalda.


No supe besarte aquella tarde. Pregunto por tus labios, tu vientre, tu espalda. Necesitamos otra tarde de lluvias, de tristeza, de nostalgia. Entonces, tal vez entonces, sepamos besarnos para siempre.

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