EL ULTIMO BESO
-Me has roto el corazón, le dije, al mismo tiempo que
me reía de mi propia cursilada. Quise recoger los mil pedacitos esparcidos como
una cosecha de cerezas.
Frente a mí, ella repetía como si necesitara
convencerse a sí misma:
-Ha sido mi último beso. A lo mejor lo recuerdas
siempre. A lo mejor lo has olvidado mañana cuando otra boca busque la tuya para
dejarte un café caliente en la mesita de noche. Tal vez lo guardes entre los
sonetos de Blas de Otero o lo subastes como el marco viejo que encuadró tu vida
durante los tres últimos años. No me importa. Sólo quiero que sepas que ha sido
mi último beso.
Se marchó
cimbreando la cintura como si tuviera tacones en el alma.
A veces digo su nombre. Me gustaba pronunciarlo cuando
estaba a mi lado. Decir tu nombre –le aclaraba- es como crearte. En el antiguo
testamente las cosas no existían hasta que dios las nombraba. Yo no soy dios,
pero me encantaría haberte diseñado, haberte puesto de pie en la existencia. Me
hubiera gustado ser tu creador. Porque eres perfecta, porque tienes sublimes
las hechuras físicas y anímicas. He recorrido muchas veces el mapa de tu piel.
Y desde tu cabello hasta los pies eres toda adorable. Tu boca, como una grieta
que deja pasar el azul de tus ojos. Tus pechos esféricos como planetas
veniales. Tu vientre ajardinado. Tus omóplatos capaces de sostener el corazón
de un amante. Tus piernas soportando la
grandeza de tu sexo. Pronunciaba su nombre porque me hubiera gustado ser su
creador.
Me he hecho viejo. Se han comido las hormigas la
cosecha de cerezas que nunca nadie supo recoger. Me duelen los cartílagos del
alma. Me chirrían las costuras del corazón. Y acudo a la cursilería de entonces
porque me he quedado sin la elegancia que ella me imprimía cada vez que me
abrazaba.
Estoy viejo y triste. No hay caminos. A lo mejor se
los comieron las hormigas porque conservaban la dulzura de sus huellas. He
querido releer a Blas de Otero. Ahí estaban los sonetos doloridos, desafiantes,
agrios. Rimaban con mi corazón roto. Y entre sus páginas, su beso, su último
beso. Color otoño. Sepia como las fotos de los muertos antiguos. Quebradizo
como las hojas pisadas en octubre.
Miré de frente aquel beso último. Pronuncié su nombre
y ensayé la muerte como si mi muerte fuera el crujido último de mis labios en
sus labios.
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