martes, 12 de agosto de 2014

GUERRAS MALDITAS



Se han roto todos los cristales del mundo,
todos los ríos.
Se han hecho añicos los mares,
pedazos los montes.
Nos han explotado los besos
y sangran las caricias
sin pechos donde posar las manos.
Se han exiliado las sonrisas,
se ha hundido el amor en una lava viscosa,
en una nada oxidada de odio.
Se ha derrumbado el techo del mundo,
escombros las paredes.
En un barrizal de carne y huesos confundidos
masticamos el asco de ser humanos.
Apesta el hedor de nuestra carne podrida
por el orgullo de pocos,
por las botas poderosas de quienes compran armas
capaces de ahogar el gemido de un orgasmo.
Sobra sufrir con el otro,
ser compañero y prójimo.
Se retuercen de dolor las campanas
en torres escondidas bajo el miedo.
Al mundo le repugna mirarse como mundo.
Las rosas se avergüenzan de ser rosas,
les duele la conciencia de desgarrar la carne
de un niño con la sonrisa atada
a la pelota de trapo y la inocencia.
Nada será igual si las bocas no besan otras bocas
y muerden, sólo muerden.
Y se extinguen las caricias desplazadas por las uñas
que indagan  las venas
para destrozar los vasos de la sangre
y que nadie brinde por la esperanza inútil.
Me da rubor gritar esta verdad mientras huyo
porque me siento cómplice y me escondo como tú.
Porque ni tú ni yo somos inocentes.
Los cobardes, y sálvese quien pueda,
somos actores vivos,
fabricantes del hambre,
de la muerte,
de la desesperanza,
del mañana vacío de ilusiones.
No vale la pena vivir para aplastar las vidas.
Dejo mi palabra por si alguien
la quiere devorar y alimentarse.
Pido perdón por no ser quien aparento,
por mi complicidad y cobardía.
No he sabido rescatar la alegría
entre los cristales rotos de este mundo.


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