SI
FUERA AYER
Fue una alegría el entonces,
cuando ayer era ayer. Y el tiempo empezaba. Y la vida empezaba. Y la palabra, y
la libertad, y el quehacer. Todo empezaba. La historia como un vientre
entreabierto. Con contracciones la historia.
Cuarenta años de gestación. Pero por fin estaba ahí, como evidenciando
que los dictadores se mueren a los
cuarenta años de estar muertos. Y que hay ataúdes que se almacenan entre rocas
crucificadas porque Dios convirtió en cruzada santa los fusilamientos al
amanecer contra las tapias blancas de los cementerios.
La llamaron democracia. La
libertad se agrandaba para caber por la ranura de las urnas y se hacía amiga
del enemigo del quinto que espiaba hasta ayer para la político social. Y
empezamos a querer lo que queríamos, a ser decisión, iniciativa, exigencia, a
cambio de entrega, de deberes retribuidos con derechos. Se inventó la
ciudadanía y se cosificó al súbdito instalando museos de recuerdos agrios como
limones desechados.
Siempre es tierna la
democracia, como la cintura de la luz de otoño. Siempre fuerte la democracia
como los muslos de un monte. Y en esa dicotomía ternura-fuerza vivimos los que queremos ser los dueños de la historia,
del devenir, de la construcción de un mundo habitable. Pero los habitantes de
esa plaza grande que es la democracia deberíamos ser conscientes de que siempre
hay lobos que bajan de las alturas asilvestradas. Y esconden garras y colmillos
y sed de sangre. No son charreteras ni polainas. Son pieles elegantes, gris
plata, ojos como estrellas incrustadas. Lobos mimetizados en el silencioso
reptar de las víboras. Aprietan el cuello hasta el estrangulamiento e inoculan
un veneno como una morfina somnolienta.
Y en esas estamos. Crisis la
llaman, deuda externa, vaciamiento bancario, prima de riesgo. Nadie, excepto
unos pocos, puede vivir por encima de sus posibilidades. Los pobres deben
volver a acostumbrarse a ser pobres para que ciertos poderosos no olviden de
serlo. Rajoy lo supo desde muy joven: va contra la naturaleza pensar que todos
tienen los mismos derechos. Y ahora que es presidente elegido por la libertad
de las urnas ha decidido ponerse en consonancia con esa desigualdad implantada
por las raíces mismas de lo que los Obispos se empeñan en denominar derecho natural.
A él no le gusta. Sufre por tener que hacerlo. Pero su conciencia y su sumisión
a Merkel, a la Troika, al FMI, al Banco Central le obligan. El prometió mirar
frente a frente a los ojos de Europa. Certificó que había presionado a la Unión
Europea porque no consentiría que nadie le presionara a él. Pero es que Rajoy
ignoraba cuando estaba en la oposición el estado de la economía, de los bancos,
del panorama laboral. Se encontró con una herencia ignorada. Hizo oposición sin saber a qué se oponía.
Aspiró a la presidencia sin saber a los que aspiraba. Y la ignorancia desde
entonces exime del cumplimiento de cualquier programa electoral. Había una
sanidad envidiada, una educación gratuita y universal, una ley de dependencia
que empujaba la silla de ruedas, a la dignidad de la vida de los destruidos por
la droga, a mujeres maltratadas. La justicia era un derecho universal, la mujer
era más dueña de su cuerpo y de sus decisiones sexuales y maternales sin un
Gallardón expropiador de ingles y orgasmos.
Se hace una reforma laboral
para destruir empleo, se convierte a los enfermos en mercancía, la capacidad
intelectual se transforma en mercantilismo económico patrimonio de ricos, se
impone la religión en la enseñanza porque de retomar la santa cruzada se trata,
los pensionistas son viejos con el deber de morirse como castigo de su
improductividad, los parados deben emigrar a Laponia, el dolor es propiedad del
enfermo y lo vende sólo si tiene dinero para comprarse la alegría de vivir, los
niños pasan hambre por culpa de la despreocupación de los padres, los
empresarios pueden despedir al obrero por culpa de que la amante no supo calmar
erecciones nocturnas, los trabajadores deben renunciar a la dignidad de su
sueldo porque más cornás da el hambre, el miedo es un instrumento de dominio
más disimulado que el tiro de gracia franquista que resultaba poco exquisito. Hay
que implantar un sistema ideológico que deje claro el muro que separa la
riqueza de la pobreza porque no hay derecho que ampare a la muchedumbre a salir
de la esclavitud y aspirar a ser ciudadanos.
Fue ayer, casi ayer, cuando
empezamos a vislumbrar un futuro como hechura del esfuerzo común. El dictador
que se murió después de estar muerto cuarenta años, dispuso de tanques,
aviones, ayuda internacional de los nazis para organizar una guerra que
destruyera la democracia republicana. Tres años de guerra le costó y cuatro
décadas más con un país aquejado de tromboflebitis perpetua. Desde despachos
con moqueta y pocos meses, Rajoy y adláteres han conseguido destruir la
democracia. Porque destruir derechos sociales, laborales y canjear el estado de
bienestar por la miseria es destruir la democracia.
Fue ayer, casi ayer, cuando
estrenamos la alegría. Hoy, alguien se ha empeñado en despeñarnos por el
barranco. Un derrape consciente, premeditado y con alevosía. Ha sido fácil
hacer volcar a la historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario