EL
SABOR DE LA TORMENTA
Estamos
en el mundo a través del cuerpo. Y el cuerpo absorbe su mundo a través de las
percepciones sensoriales. Huele a tormenta. Pero a veces ésta es tan fuerte o
está tan vigorosamente montada que pasa del olor al sabor. Sabe a tormenta. Los
políticos son especialistas en montarlas. Agrupan unas circunstancias, invocan
la novedad junto al miedo y la lanzan a los ojos de los ciudadanos para que
abandonen la perversa costumbre de
pensar y se centren en la denigrante cobardía de temer. Y ellos se sientan a
esperar que los espasmos del miedo debiliten la energía que empleaban en la
lucha contra situaciones vergonzosamente inhumanas.
Y
surgió Gibraltar. Trescientos años de peñón. Utrech dividiendo, entregando,
dando en propiedad dicen que para siempre. La bota del Reino Unido pisando
fuerte, dejando huella durante siglos. Y España acumulando fuerzas, rencor,
músculo para de vez en cuando sorprender en su reivindicación. Hubo un general
que no se moría nunca hasta que se murió una vez. “Gibraltar no vale una
guerra” gritaba de vez en cuando, nadie sabe si desde su cobardía, desde su
impotencia o desde una visión de hombre bajito. Oprimió a un pueblo sin meterse
en política y en consecuencia no podía preocuparse de esa roca grande que
limita al sur con la lejanía y al oeste con los paquetes de tabaco rubio debajo
de una sudadera.
Rajoy
tiene sus ministros dedicados a fabricar tormentas. A trueno suenan Báñez, De
Guindos, Montoro, Soria. A Fátima le inspiró la virgen del Rocío una reforma
para crear empleo que milagrosamente sirvió para destruirlo. De Guindos y
Montoro lanceaban la crisis sin percatarse que se les colaba femoral adentro. Soria,
incapaz de ser ministro, se dedicó a medir contadores y cambiar precios
eléctricos como quien pone etiquetas en el Corte Inglés.
El
F.M.I. y la Unión Europea piden que los salarios bajen un diez por ciento. Los
empresarios quieren que desaparezcan los contratos a tiempo completo para
“imponer” los contratos a tiempo parcial, de manera que el trabajador pierda su
categoría de tal y pase al sistema de esclavitud. Aplauden Rossell y Arturo
Fernández. Gerardo Díaz Ferrán se consolida como profeta que tuvo una visión
premonitoria: “hay que trabajar más y ganar menos”
Y
en estas andábamos cuando Rajoy tuvo la ocurrencia: Gibraltar. Margallo al
frente y todos los ministros detrás a empujar el peñón. La patria estaba en
peligro. Cameron mandaría su armada con cien cañones por banda, viento en popa
a toda vela…Faltaba el conquistador de Perejil, presto a cambiar el bombín por
el yelmo de Juan de Austria. Federico Trillo lanzó la proclama: Viva Honduras y
con fuerte viento de no sé dónde se lanzó a la conquista…Rajoy conectó el
plasma y habló con el Rey. A lo mejor se podía solicitar a Rouco que declarara
santa cruzada la inmediata conquista y al Papa Francisco la indulgencia
plenaria para la división incolora que defendía el honor patrio. España entera
dispuesta a dejar de fumar si no se permitía el contrabando de rubio y en honor
de Ana Mato que no sabe hablar inglés ni español, pero tritura tarjetas
sanitarias de ilegales como nadie.
Ya
sabe a tormenta. Don Mariano tiene su Irak pequeñito porque tampoco su
categoría le permite un Irak grande como a su progenitor Aznar. Ha conseguido
en poco tiempo formar caravanas automovilísticas que duran horas, deberán pagar
50 euros todos los que quieran adentrarse en el frente de combate y amenaza con
barquitos de papel que hacen sus hijos en el Palacio de la Moncloa supervisados
por Morenés (si es que existe).
He
releído lo escrito y confieso que he sonreído. Después me he sentado en una
acera cualquiera y me he preguntado: ¿Defiende
el gobierno de España los derechos de los españoles frente a una Europa que
tiene voluntad de esclavitud? ¿Se levanta contra la exigencia de recortes en
sanidad, educación, derechos sociales, reforma laboral, dependencia, niñez,
salarios, pensiones, parados, despido libre, copago sanitario, ayudas a
desempleados, privatizaciones, desahucios, entregas millonarias a la banca...? Nada
de esto merece una guerra. Sólo el peñón.
Ya
no me acuerdo de Gibraltar. Me preocupan muchas otras defensas. Agrio sabor el
de esta tormenta gibraltareña. Hipócrita sabor. Sabor hediondo. Gibraltar
español, grita Margallo mientras los niños se nos desmayan de hambre por
irresponsabilidad paterna que dice el infame Rafael Hernando.
A
lo mejor lo han conseguido: hay sabor a tormenta.
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