SAN MARIANO RAJOY
El Papa Francisco, tan dado
a canonizar al por mayor, ha perdido una
oportunidad fantástica, porque por el mismo precio debería haberte subido a los
altares, y proclamarte San Mariano Rajoy.
Hubiera quedado bien tu barba de profeta sufridor entre la carne bonachona de
Juan XXIII y el deportista Juan Pablo II. Dicen que hacen falta milagros para
llegar a la gloria de Bernini. Y de milagros tú vas sobrao. Recibiste en
herencia un país desgarrado, con la carne de la economía ensangrentada, tanto
que parecía que el país era un inmigrante subsahariano que hubiera saltado las
cuchillas de Melilla. Pero tú, antes de irte a no sé dónde a ver jugar a España
contra no sé quién, apareciste en Moncloa y nos dijiste que le habías plantado cara
a Europa, que le habías espetado cuatro verdades a la mandona Merkel, y que
podíamos estar tranquilos porque todo estaba ya en regla. Fue todo en pocos
días. Qué poder milagroso el tuyo, Mariano.
Prometiste que no ibas a
subir los impuestos y nada más sentarte en tu despacho presidencial nos
empujaste a todos los ciudadanos a encaramarnos en el Everest de Montoro. Y tuviste
clara la visión profética del futuro cuando aseguraste en tu primera visita a
Europa que te la iban a armar cuando promulgaras una ley para crear empleo y la
ministra Báñez, sin encomendarse a la
virgen de Rocío, consiguiera que se disparara el número de parados. Otro
milagro que vamos asimilando con el paso del tiempo.
Nunca darías dinero a los
bancos porque en tu visión de asceta, estilo Francisco de Asís, pensabas que
debían alimentarse con poco y vestirse con menos. Pero después, y guiado por tu
corazón compasivo, te dieron lástima Rato y las Cajas sembradas por la
geografía española volcadas en obras sociales, y les diste millones con el fín
último de que siguieran siendo el remedio de los hipotecados, de los
comprometidos con la investigación, de los becados. Y Rato siguió con el papel
caritativo de Blesa y aumentó las preferentes para que a nadie le faltara
dinero en el futuro. Eres santo, Mariano.
Y en tu misión redentora,
nombraste a Wert para que anulara la Educación para la Ciudadanía que era
perversa (ya Rouco se había dado cuenta) y que enseñaba que la democracia era
una responsabilidad compartida y decía que los homosexuales tenían derecho a
amarse (si Franco, pensabas tú, levantara la cabeza) y que le decía a los niños
que ellos venían al mundo porque se estremecían las entrepiernas masculinas y
femeninas y había que volver a la semillita depositada y que los niños nos los
mandaba Sarkocy desde París.
Y conseguiste que los
investigadores, los universitarios, estudiaran sin dinero porque Wert era
consciente de que los padres no pagaban porque se lo gastaban todo en pinchos
de tortilla y cañas.
Y recortaste gastos de sanidad
porque Mato afirmaba que no habiendo camas la gente enfermaría menos porque no
vale la pena una neumonía si no tienes la posibilidad de un ingreso
hospitalario. Y negaste la asistencia a los inmigrantes porque te evitabas el
bochorno de repatriarlo con el gasto que eso conlleva. Y pusiste de moda la
muerte de los crónicos porque tenían la mala costumbre de afincarse en la
dolencia y no independizarse de ella. Y los dependientes, las enfermedades
raras, la medicación que la gente consumía como si fueran anchoas de Revilla. Y
se te acumulaban los milagros. Y cambiabas la herencia del pérfido Zapatero y
la burbuja inmobiliaria de tu onanístico padre Aznar. Y no olvidaste a las
mujeres. Gallardón se encargó de hacerles ver que la mujer que no es madre no es
auténticamente mujer. Y la justicia universal para qué si podemos vivir con una
justicia pequeñita que se encargue a medias de la gürtel, y de los sobresueldos
y de la financiación de los partidos políticos y de destruir discos duros y de
aguantar un registro de la policía de Ruz. El papa Francisco debía haberte
empujado a los altares porque te sobran milagros que certifican la rectitud de
tu mirada histórica. Pero la iglesia lleva un retraso de siglo y no es hija del
presente.
Y Montoro simultaneando
amnistías fiscales con exigencias de pago de impuestos a los bares y talleres
mecánicos. Es milagrosa esta simultaneidad, dejando que los empresarios, casta
adulta y madura, pueda hacer con los obreros lo que se le antoje que para eso
son empresarios y tienen dinero y el dinero es poder y capacidad de decir que
hay un millón de personas que no valen para nada.
Y Fernández-Balaguer-opus
dándole seguridad a la ciudadanía porque nada hay más seguro que quedarse en
casa viendo supervivientes y desahuciando con su policía a miles de hipotecados
para que aprendan a vivir en plena naturaleza y de paso que aprendan los bancos
sus derechos y los ejerzan.
No voy a seguir, Mariano,
porque no podría enumerar el número y la grandeza de tus virtudes. Sólo espero
que el Papa Francisco caiga en la cuenta y que Bernini te acoja en su seno.
Aquí me quedo, de rodillas,
extasiado ante tu magnitud y agradeciendo que a los viejos les subas las
pensiones un 0.25 %. Gracias, San Mariano. Ora pro nobis.
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