ETERNIDAD
Por la eternidad pregunto.
Pido que nadie me responda.
Estoy acomodado en el
tiempo,
en este ser para la muerte
con la conciencia de finitud
clavada en el destino.
Heidegger, Sartre, Camus
con su peste a cuestas
y aquel accidente
que le truncó la continuidad
del ser.
Es más sencillo acabarse,
ejercer el verbo reflexivo
de morirse
porque nadie me muere,
aunque me mate.
yo me muero.
Soy el sujeto activo de esa
gramática
que apaga mi sangre poco a
poco.
Me falta el predicado
porque nadie me dice qué es
la muerte,
nadie le añade una cualidad
concreta
más allá del fin, del
precipicio
donde por todas partes
limito con la nada
como una isla disuelta,
con el eje roto,
estática
como una estatua de Miguel
Angel,
que nadie visita
porque los muertos son un
museo turístico
y todo se hace sótano,
oscuridad herrumbrada.
Renuncio a preguntar.
Cuelgo del silencio la
palabra
sin más interrogantes ni
respuestas.
Silencio absurdo soy,
sólo silencio.
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