sábado, 24 de mayo de 2014

¿ES ENTONCES?


Uno ya tiene venas de vinilo, surcos de vinilo en la sangre, arrugas de vinilo en la piel. Vivimos el entonces difícil, amargo, plomizo. Pasaban los años como cenizas sin densidad propia, sin peso, sin contenido. Teníamos cosida la boca un día como el día anterior, un año como el año anterior, clausurada la vida como la vida anterior. Cuarenta años son un montón de ruinas abandonado en el estercolero de la historia. Porque la historia se aburre de sí misma, se enrosca en su insensibilidad y se va pudriendo y contaminando de mal olor los alrededores de la existencia.

Un día el país sufrió un trombo. España no se movía y se le coaguló el asco de sí misma. La muerte hizo su trabajo definitivo y El Pardo fue sepultado por una losa de granito bajo una bóveda de orgullo, de fanatismo, de onanismo condenado al infierno católico del olvido y el vómito.

Comenzó entonces la libertad. Nos tuvimos que acostumbrar a la palabra como diálogo, como apertura, como trasmisora de opinión, de verdad, de contraste con la palabra del otro que entregaba su verdad como un pan amasado en la responsabilidad de cada uno. Y fue la palabra el pan bueno que daba a luz la democracia, la alimentaba, le inyectaba vida y dignidad al tiempo de vivencia ciudadana.

Aprendimos a elegir, a no condenar, a admitir al otro como una existencia positiva, amiga, compañía fecunda del caminar. Supimos rebelarnos contra la injustica. Tomamos conciencia de nuestros derechos tanto tiempo pisoteados. Una Constitución nos garantizaba el derecho a una vivienda digna, a un trabajo debidamente remunerado, a una huelga cuando los abusos pretendieran rebajar nuestra dignidad, a una sanidad universal sostenida por el esfuerzo de todos, a una educación igualitaria no dependiente de billeteras, a una vejez florecida en gozo, a una niñez cuajada de esperanza. Y asimilamos nuestras obligaciones. La democracia era una responsabilidad compartida, parida en cada momento por el esfuerzo común, disfrutada en la igualdad, en la libertad, la fraternidad. Y apostatar de esa responsabilidad era como añorar la opresión del ayer


Y uno, que tiene treinta y tres revoluciones de vinilo  en las sienes, ya escribía en algún periódico. Y recuerda al director llamando cuando iban a ponerse en marcha las linotipias. Que esto no es posible publicarlo, que mañana me han dicho que me presente en comisaría porque tu artículo parece judeomasónico, porque va contra el régimen. Y uno argumentaba. José María que sólo digo que una dictadura es un caldo de cultivo de exigencias de libertad. ¿Y te parece poco? Pues sí, me parece poco, me parece una verdad y quiero decirla. Y José María. ¿Desde cuándo se puede decir la verdad? Y yo. Pues pon que el atardecer es hermoso, que los pajarillos cantan, la nube se levanta. Que eres subversivo, me gritaba el director. Pues no me publiques el artículo si no tienes cojones. Y él. Tengo cojones, pero mañana lo primero que veré al despertar serán las cachas brillantes de una pistola en la mesa del comisario.

Hoy, treinta y tantos años después, uno tiene la impresión de que es otra vez entonces. Se empiezan a tipificar como delitos aquel florecer de libertad que estrenamos un veinte de noviembre. Delitos que son agrupados como entonces sin que sea necesaria la sentencia de un juez. Basta con que lo diga un ministro con las manos llenas de Opus, el alma repleta de Escrivá de Balaguer y que deposite en la policía el criterio que distingue una falta administrativa de un delito. Y los despidos no precisan del visto bueno de la judicatura. Y los convenios colectivos se arrinconan porque no convienen al empresariado, y el despido libre, y la mujer despojada de la grandeza de su cuerpo porque Gallardón es el administrador único de sus vaginas y sus úteros.

Ya no hay vinilo. Sólo está en los museos. Hay redes sociales, que es un hermoso nombre que encierra posibilidades inmensas. Y ahí florece el contacto, la compañía, la cercanía y hasta mucho cariño. Y ya no hay que ir en taxi a llevar el artículo antes del cierre del periódico. Hoy se le da a una tecla y Buenos Aires, Madrid o Coruña notan el tacto en la espalda inmediatamente. La libertad se ha hecho ancha, como un mar sin orillas, sin márgenes. Y uno siente la alegría de vivir una época que en nada se parece al ayer, al entonces, al pasado.

Hoy me confieso turbado. Siento como si hubiera regresado José María, aquel director que murió no hace mucho. Y vuelvo a sentir su voz a través de un móvil, de una table, de una pantalla con Skype. Hemos avanzado técnicamente. Pero José María vuelve a decirme casi las mismas palabras. Voy a suprimir este párrafo, esta frase, esta comparación. No pasarían la criba de la policía instruida por el ministro-opus-del-interior. Hay que decir que los manifestantes eran filo etarras, antisistema, radicales. En realidad no pedían dignidad. Sólo pretendía romper en pedazos la democracia.


Me confieso turbado. Me duele que hoy sea entonces.

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