AQUELLA
ARENA
Aquella arena tenía nombre, pero
me resultaba innombrable aquella tarde. ¿Te acuerdas cómo se llama esta arena?,
le pregunté. Necesito la memoria para poner
en ordenar ciertos besos, ciertas caricias, el tacto de algunas noches. También
tenían nombre y tampoco los recuerdo. ¿Nos habremos quedado sin memoria?
Fue entonces el silencio.
Espeso como una primavera. Duro como una cordillera de plomo. Aspero como esos
peces negros sin destino, que no serán nunca peces de colores. Arena sin
nombre. Sin nombre el silencio. Y nosotros, desnudos de recuerdos, sin memoria
para saber quiénes somos.
Puse en sus labios mis
labios pronunciando los besos despacio, para que los entendiera. Apreté sus
pechos hasta sentir sus pezones como una arboleda. Resbalé por su vientre
camino del infinito, hasta la humedad de aquella luna donde crecían las magnolias con un extraño perfume a
jazmines.
¿Recuerdas ahora cómo se
llama la arena? ¿Recuerdas el nombre de mi boca, de mis manos? ¿Recuerdas cómo se llama mi piel?
Sólo recuerdo un llanto
antiguo, el primer llanto, el llanto original. Aquel que me brotó cuando tomé
conciencia de que…Lloraba despacio, pensando cada lágrima, creándola, haciendo
un arte de su llanto. A sal me sabía, como sus muslos, como su espalda, como su
sexo. Logré recordar, porque yo sólo
vivía cuando estaba a su lado, porque ella conseguía que tuviera relieve como ahora conseguía sus lágrimas. Era la
madre que nunca tuve, la que sufre cada día los dolores de parto para lograr
que yo exista
Me estoy acordando de mí
mismo, le dije. Estoy naciendo de tu sangre y tengo nombre, como lo tiene la
arena, aunque no lo recuerdes.
Necesito tiempo para poder
llorar, me dijo. Te busqué como amante y resulta que eres sólo un hijo. No
quiero hijos. Amo la esterilidad que me prohíbe la fecundación. Abro mi sexo
para que te adentres no para parirte. Mis pechos no tienen leche. Son sangre limpia
para que te la bebas si los muerdes. No quiero mis caderas para guardar un
niño, sino para que las aprietes cada noche. Mis espaldas no son el descanso de
nadie, sino el camino que recorres hasta llegar a mis planetas redondos, hasta
los mundos que giran alrededor de tu hombría.
No recuerdo el nombre de la
arena. No recuerdo tu nombre. Sólo busco tiempo para llorar. Porque el llanto
es la memoria más gozosa.
Me alejé. Sentí su llanto y
su risa. Estaba haciendo el amor con su memoria y disfrutaba el orgasmo más
hermoso.
Me desnudé lentamente.
Comprobé mi carne de hombre recién hecho. Llamé a la arena por su nombre. Me
llamé a mí mismo y por fin fui consciente de que amar es ser amante.
Estaba frente a ella.
Desnudo. Me miró sin lágrimas. Me abrazó con fuerza. La arena –me dijo- se
llama como tú: HOMBRE.
1 comentario:
A primera vista su lectura me resulta incomprensible, pero renuncio a indagar más, respetando el mensaje de esta misiva que, supongo, tiene su destinatario. Lo que no renuncio es a decir: que me gusta y me suena y que si pudiera yo diría algo así, porque también tengo destinataria.
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