viernes, 30 de mayo de 2014

AQUELLA ARENA


Aquella arena tenía nombre, pero me resultaba innombrable aquella tarde. ¿Te acuerdas cómo se llama esta arena?, le pregunté. Necesito la memoria para  poner en ordenar ciertos besos, ciertas caricias, el tacto de algunas noches. También tenían nombre y tampoco los recuerdo. ¿Nos habremos quedado sin memoria?

Fue entonces el silencio. Espeso como una primavera. Duro como una cordillera de plomo. Aspero como esos peces negros sin destino, que no serán nunca peces de colores. Arena sin nombre. Sin nombre el silencio. Y nosotros, desnudos de recuerdos, sin memoria para saber quiénes somos.

Puse en sus labios mis labios pronunciando los besos despacio, para que los entendiera. Apreté sus pechos hasta sentir sus pezones como una arboleda. Resbalé por su vientre camino del infinito, hasta la humedad de aquella luna donde crecían  las magnolias con un extraño perfume a jazmines.

¿Recuerdas ahora cómo se llama la arena? ¿Recuerdas el nombre de mi boca, de mis manos?  ¿Recuerdas cómo se llama mi piel?

Sólo recuerdo un llanto antiguo, el primer llanto, el llanto original. Aquel que me brotó cuando tomé conciencia de que…Lloraba despacio, pensando cada lágrima, creándola, haciendo un arte de su llanto. A sal me sabía, como sus muslos, como su espalda, como su sexo.  Logré recordar, porque yo sólo vivía cuando estaba a su lado, porque ella conseguía que tuviera relieve  como ahora conseguía sus lágrimas. Era la madre que nunca tuve, la que sufre cada día los dolores de parto para lograr que yo exista

Me estoy acordando de mí mismo, le dije. Estoy naciendo de tu sangre y tengo nombre, como lo tiene la arena, aunque no lo recuerdes.

Necesito tiempo para poder llorar, me dijo. Te busqué como amante y resulta que eres sólo un hijo. No quiero hijos. Amo la esterilidad que me prohíbe la fecundación. Abro mi sexo para que te adentres no para parirte. Mis pechos no tienen leche. Son sangre limpia para que te la bebas si los muerdes. No quiero mis caderas para guardar un niño, sino para que las aprietes cada noche. Mis espaldas no son el descanso de nadie, sino el camino que recorres hasta llegar a mis planetas redondos, hasta los mundos que giran alrededor de tu hombría.
No recuerdo el nombre de la arena. No recuerdo tu nombre. Sólo busco tiempo para llorar. Porque el llanto es la memoria más gozosa.

Me alejé. Sentí su llanto y su risa. Estaba haciendo el amor con su memoria y disfrutaba el orgasmo más hermoso.

Me desnudé lentamente. Comprobé mi carne de hombre recién hecho. Llamé a la arena por su nombre. Me llamé a mí mismo y por fin fui consciente de que amar es ser amante.


Estaba frente a ella. Desnudo. Me miró sin lágrimas. Me abrazó con fuerza. La arena –me dijo- se llama como tú: HOMBRE. 

1 comentario:

pcjamilena dijo...

A primera vista su lectura me resulta incomprensible, pero renuncio a indagar más, respetando el mensaje de esta misiva que, supongo, tiene su destinatario. Lo que no renuncio es a decir: que me gusta y me suena y que si pudiera yo diría algo así, porque también tengo destinataria.