IMPERDIBLE
Cintura alta el pantalón
Armani. Ignoro el nombre del tejido. Tal vez piel sobre la piel de sus piernas.
Pantalón frontera con sus pechos como toros, como toros brillantes contra el
viento, contra el pecho que los roce, clavándose en la alegría del tacto.
Era ella. No la veía desde
el instituto. Recuerdo un viernes, seguramente era viernes. Se le rompió el
imperdible de su falda uniforme. Tardé en arreglárselo porque sin querer mis
manos la rozaban y presentía que la vida era hermosa. Que era suficiente que se
rompiera un imperdible para disfrutar del tiempo, del mundo, de la existencia.
Ella me pagó el favor viniendo a estudiar el siguiente domingo por la tarde. Aprendí a hundirme en unos ojos azules, a
contemplar su pelo rubio, a imaginar que toda la vida se resumía en aquel
cuerpo de apenas quince años.
Era ella. Pantalón Armani.
Tacones que le hacían cimbrear sus nalgas como una virgen sevillana. Admiré el
gesto de expulsar el humo de su cigarrillo. La forma de unos labios envueltos
en esa niebla, revelan cómo son los besos bajo el brillo de una luna. Su mano
en la copa era como su mano en la espalda de un hombre.
Recordamos aquel viernes de
hacía tiempo, aquel domingo de hacía tiempo. Y estoy seguro que los dos
llevábamos el alma abrochada con un imperdible reconstruido.
Fue todo muy hermoso cuando
desabroché aquel pantalón de cintura alta, cuando de nuevo me hundí en aquellos
ojos azules, cuando perdí mis manos en su pelo rubio. De nuevo experimenté que
toda la vida se resumía en aquel cuerpo de mujer de labios entreabiertos.
La luna lo supo todo. Una
noche de mayo se lo contó al mar y el mar amó las olas de cintura alta, de
imperdible de espuma, de ojos con
primavera dentro.
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