lunes, 3 de febrero de 2014

LA VERDAD



Creo que nadie interpretó como citas bíblicas ciertas expresiones en el Congreso de los Diputados. “Al César lo que es el del César”, “una palabra tuya bastará para sanarme”  Parecían diputados mitrados y Rajoy blandía además el báculo de su mayoría absoluta. Cuando la jerarquía eclesiástica quiere fundamentar un afirmación que le conviene y en cuanto  cuerpo con mando en plaza, acude a citas similares y convierte el evangelio en una colección de aforismos. Los diputados, trufados de reminiscencias antiguas, citaban también la biblia como refranes populares para dar bofetadas en el rostro del adversario. Y estas citas siempre quedan más vistosas y menos groseras que la niña Fabra deseando que se jodan los afectados por la reforma laboral.

Jorge Fernández es el ministro del interior, jefe supremo de los cuerpos de seguridad del estado, aunque no siempre los dedique a la seguridad, sino a otros menesteres que siembran el dolor más agudo en la sociedad. Desahucios, manifestaciones, protestas en las que las palizas sacan ojos para siempre o rompen vértebras con futuro de parálisis. Y esos hombres que rompen aspiraciones de 15-M o arrastran a una mujer para expatriarla de su casa hipotecada en nombre de banqueros usureros también están cumpliendo órdenes de un ministro que duerme con cilicio en los muslos para ahogar sueños eréctiles y pecaminosos que ansían desnudos cercanos. Pero ahí está Santa Teresa de Avila, amurallada de frío, de siglos, de grandeza castellana. Y Santa Teresa, manca de Brunete como Cervantes de Lepanto, inspira al beato Fernández para que enseñe a los hombres de la seguridad ciudadana dónde tienen que pegar y les regala camiones de agua a presión que crucifica a los manifestantes contra el asfalto. No sé si Franco se llevó a la sierra madrileña el brazo incorrupto de la santa, pero me temo que el ministro-opus intente llevar el brazo que le queda. Lo cual es un problema porque tanto el dictador como el ministro tienen preferencia por el brazo derecho.

Y junto al ministro, la ministra. Nuestra señora de Fátima Báñez concibiendo por obra y gracia de la Blanca Paloma del Rocío la reforma laboral, pariendo ERES, dinamitando derechos laborales, indemnizaciones, despidos libres, seis millones de parados, rebajas salariales, minijobs de hambre y en definitiva, la indignidad del trabajo. Y la ministra, con esa sonrisa horizontal (no hablo de sonrisas de distinta geometría) va sembrando el paro alegre, el hambre alegre, la desnutrición infantil alegre, la desesperanza alegre, la destrucción de futuro alegre, porque alegre es la Blanca Paloma, romera de capotes, de flamenco, de Laína y San Patricio. Y alegre quiere esa pena penita pena de quienes archivan su angustia para evitar el dolor a la parienta, a los hijos y a los abuelos que les dan de comer con cuatrocientos euros al mes a siete de familia.

Y no ha habido rescate. Y Mariano manda en Europa. Y Montoro que convierte el milagro español en envidia del mundo, y Ana Botella asegurando que la reforma laboral es la mejor aportación a la historia que nadie ha sabido hacer, y que la luz del túnel, y que se creará empleo el año que viene sin concretar, y que suben las pensiones como nunca, y que en España empieza a amanecer cuando deshielen las montañas nevadas, aunque algunos ya se hayan ido al puesto que tienen allí, y Gallardón, cruzado de los principios fundamentales de no sé qué movimiento, y Bárcenas entre rejas y la Infanta sin rejas y sin rampa, y Camps trajeado al gusto de Esperanza y Rita, y Mato practicando esgrima con sable toledano regalo de Cospedal Primera de Corpus y mantilla, y…

Entre tanta cita bíblica, entre tanto santo comprometido con el estado de bienestar, uno echa en falta a alguien que nos diga la verdad. “Porque la verdad os hará libres”  también es una cita o un refrán bíblico. Y nadie la dice. Nadie proclama que los parados se llaman parados, que el hambre es hambre, que la dependencia es muerte sin ayuda, que los niños que no comen son niños que no comen, que los enfermos sin medicación se mueren de pena, de asco, de abandono. Nadie llama a las cosas por su nombre. Porque nadie mira a la verdad de frente, desnuda, con todos sus oscuros atributos al aire. Y se prostituye la palabra. Los que protestan son filoetarras, radicales de izquierdas, violentos antisistema. Nunca un gobierno se siente generador de violencia. Rompe vidas, rompe futuros, rompe esperanzas, pero no es violencia. Otra cuestión es romper lunas de bancos, contenedores de plástico o una farola. Eso no lo puede tolerar el orden supremo de la convivencia.

Nadie nos dice la verdad, tal vez por miedo a la libertad que ella engendra. Miedo tienen, mucho miedo a que nos sintamos libres.

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