INSOMNIO
Se me enredó la noche entre
los párpados.
No pregunté siquiera
si había estrellas más allá
de mis pupilas.
Crujía la luz que encerraba
tu imagen
más allá de esa piedra
que pesaba en los ojos.
Supuse que eras tú
porque fueron tus labios
el último tacto
anterior a la noche
anochecida.
Te pre-sentía
y analizaba el peso de tu
cuerpo,
el peso aproximado de tus
pechos
tantas veces clavados
como cerezas calientes
en mi aliento.
Supuse que eras tú
porque no sabía soñar otras
caderas
si no eran tus caderas,
no imaginaba otro vientre
que imitara el roce de tu
vientre.
Tú, detrás de esa noche
enredada en los párpados,
más allá de ese insomnio,
paralela, tú,
haciéndome infinito,
creándome en tu abrazo,
alojada en mis sótanos.
No era insomnio tal vez.
Tal vez necesitaba lo
imposible,
lo que no será nunca,
la realidad de tu piel
sobre mi piel caliente de
deseo.
No fue insomnio.
Fue la urgencia inaplazable
de tenerte en mí,
de sentirme en ti,
recorriendo tus calles,
doblando tus esquinas,
insomne en la rubia hierba
de tu pelo.
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