AGILIDAD
DEMOCRATÍCA
Creo que fue Santiago
Carrillo que el acuñó aquel axioma que tranquilizaba su conciencia antimonárquica con su adhesión a la
monarquía posfranquista: “No soy monárquico, soy juancarlista” Y desde entonces
son muchos los que resguardan su sentido republicano en una personalización del
monarca que acaba de renunciar al trono para colocar en él a su hijo Felipe.
La transición inaugurada a
la muerte del dictador creo que no merece el desprecio al que se le somete
desde la perspectiva del dos mil catorce. Hoy los militares están sometidos al
poder civil, los que añoran El Pardo como faro iluminador de los destinos
patrios son minoría, disfrutamos de una libertad casi impensable en aquellos
momentos y, pese a todas las trabas a nuestros derechos, somos capaces de
exigir sin miedo a represalias los que hemos conseguido en treinta y tantos
años de democracia. Pero en aquellos momentos había demasiadas garras aferradas
a un pasado donde una minoría ostentaba un poder omnímodo frente a una mayoría
silenciada. Poderes fácticos le llamaban. Poderes militares e Iglesia.
Franco nos incrustó un
monarca que juró su cargo ante los santos evangelios, prometiendo cumplir los
principios fundamentales del movimiento, es decir, comprometiéndose a una
continuidad del régimen dictatorial. El pueblo no estaba por el continuismo.
Pero a muchos no les convenía la ruptura con aquel pasado surgido de un golpe
de estado y lucharon por su perpetuación sin fisuras. Y entonces se hizo lo que
se pudo hacer. Por eso creo que pecamos de injustos si aplicamos criterios de
presente a lo que fue un pasado angustioso, hilvanado con el miedo en las
costuras.
Las fuerzas políticas de
aquel momento tenían sus propias características históricas. Y entre ellas su
republicanismo o su adhesión a una monarquía impuesta, pero que respondía al
anhelo de que fuera un rey quien presidiera el estado. Y los partidos con
corazón republicano aceptaron la monarquía, no en cuanto sistema, sino en
cuanto encarnada en una persona concreta, Juan Carlos de Borbón. De ahí la
renuncia de Santiago Carrillo a su republicanismo en tanto en cuanto él preveía
que la monarquía sería una etapa breve y se terminaría en ese juancarlismo
aceptado.
Treinta y tantos años ya. Y
la monarquía empieza un nuevo caminar. Termina la etapa de Juan Carlos y los
partidos mayoritarios se apresuran a colocar a Felipe VI. La cúpula del PSOE
afirma que tiene un corazón republicano, pero se niega a romper el pacto
constitucional. A esa cúpula se le ha parado el dinamismo histórico, se ha
quedado sin sístole y diástole y tal vez por eso da la impresión de que está tan
anclada en el ayer, en viejos parámetros, que se nos ha muerto entre las manos
y carece de fuerza vital para aspirar a
un nuevo gobierno. Le chorrean los votos, se desangra, y las encuestas proclaman
su agonía. Y cuando la historia les brinda la posibilidad de resucitar su
corazón republicano, esa cúpula se empeña en acallar su latido y convertirlo en
estatua de sal. Felipe, Zapatero, Rubalcaba se niegan a debatir un cambio y lo
imponen a sus bases. Se han instalado en la comodidad de la inercia y se han
vuelto incapaces de hacer historia de futuro, hundidos la historia ya hecha.
Ignoro si los que exigen un
cambio en la jefatura del estado son mayoría o minoría. Creo que el factor
numérico carece de importancia. Lo realmente definitorio es el derecho de
elección. La democracia consiste en los resultados, no en cifras preconcebidas.
Si una vez preguntados los ciudadanos por sus gustos resulta una opción u otra,
todos deberán someterse a la elección de la mayoría. Pero no se puede negar de
antemano el derecho a esa elección por la presumible estadística de que
corresponde a una minoría el deseo del cambio. Las mayoría brota de las urnas,
no de apreciaciones preelectorales ni de sondeos de intenciones.
Son muchos los que están
cosificando la democracia. Y una democracia quieta, estática, a la que se le
niega su carácter dinámico es una democracia muerta a manos de los que se
proclaman demócratas. Y esto es un crimen terrible. Malo es que a la democracia
la mate un golpe militar. Peor es que la destrocen los propios demócratas.
Esta quietud complaciente de
quienes se niegan a someter a la decisión ciudadana un elemento clave de la
democracia, se alimenta de la distancia del pueblo que es en definitiva su
auténtico propietario. A los políticos les entregamos el poder, pero la
democracia está siempre en manos del pueblo. Y cuando los cabecillas de los
partidos se la apropian están atentando contra ella, tal vez no con tiros en la
nuca, pero sí con sables de plásticos pobres pero dañinos comparados en una
tienda de los chinos.
La democracia no es, se hace
día a día. Y quien pretenda amputarle su
agilidad está colaborando a su muerte.
2 comentarios:
Pero no es eso, exactamente, lo que está pasando. No son los partidos los que niegan la elección al pueblo. Lo que ellos dicen es que, nuestra constitución, marca estrictamente cuáles son los pasos para someter a la elección del pueblo la forma de estado. Y esos pasos han de darse por el camino del Parlamento y las mayorías establecidas. Si esto no es así, discútase y, los que somos republicanos, estaremos muy atentos. Pero no se diga lo que no es, disfrazándolo de democracia maltratada, bipartidismo a ultranza u otros eslóganes muy de moda y muy mediáticos, de tanta aceptación en este momento de frases hechas, poca reflexión y verborrea de vendedor de crecepelo.
Sólo con tener los suficientes años vividos y, tener presente y clara la memoria, para estar de acuerdo con este articulo.
Y saber que, como el colesterol(el malo)y el aburguesamiento de las personas va subiendo con la edad.
Lo que pasa es que, hemos retrocedido tanto con este gobierno, ha destrozado tanto, que a los de la tercera edad nos han hecho revivir tiempos pasados y no nos van a engañar.
Por cierto alguien puede explicar, hablando de "demagogia", si como con el colesterol pasa, la hay de la buena y de la mala.
Un abrazo Rafael.
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