¿QUE
PIENSA FELIPE VI?
La abdicación de Juan Carlos
Primero y la llegada al trono de su hijo Felipe VI, ha levantado una oleada de
opiniones y ha puesto sobre el mantel de la historia la necesidad o la
posibilidad al menos de una consulta al pueblo sobre sus convicciones
monárquicas o republicanas. Y se han oído argumentos para todos los gustos,
porque unos y otros necesitan defender sus posturas. Y sobre todo los
monárquicos han esgrimido razones no siempre fundamentadas. No es el momento.
La monarquía aporta un elemento de estabilidad. Los años más tranquilos han
tenido como protagonista a la monarquía. La Constitución avala una jefatura del
Estado residente en un rey. Para cambiar la situación actual hay que hacer un
planteamiento que sólo puede llevar a cabo una mayoría votada en las urnas.
Nada puede depender de lo que se pida en la calle porque la soberanía reside en
el Congreso de los Diputados (afirmación claramente anticonstitucional),
etc. En definitiva, no se ha entendido
la voz de ciertos sectores ciudadanos que exigen un referéndum, no para cambiar
la jefatura del estado, sino sólo para saber si se prefiere una monarquía o una
república. Y una vez manifestada la opinión de los ciudadanos, todos se
someterían a la elección mayoritaria. Por tanto, no es un cambio lo que se ha
pedido, sino una consulta para conocer el deseo del pueblo que es el auténtico
dueño de la democracia. Pero esta postura o no se ha sabido entender o no se ha
querido tener en cuenta.
Nuestra democracia no sólo es
representativa, sino que es y debe ser sobre todo participativa. Esta
participación, esta necesidad de tener en cuenta de forma constante la opinión
del pueblo, es la auténtica democracia donde todos nos sentimos implicados y
responsables de la marcha del país y de la hechura de la historia. Pero hay demasiados
intereses en afincarse en la representación excluyendo la participación. Los
elegidos en las urnas no pueden apropiarse la esencia democrática. A ellos les
hemos entregado nuestra representación, pero los ciudadanos seguimos siendo los
dueños de la democracia. Y los que subordinan esa participación a la
representación exhalan un tufillo sospechoso de estar al servicio de los
políticos de turno por extrañas motivaciones.
Y aquí está Felipe VI. Más
joven que su padre (evidente), mejor salud que su padre, no puesto por Franco,
como su padre, mejor preparado que su padre y muchas coordenadas que lo
diferencia en positivo con su padre. Estos son argumentos que proponen los
monárquicos y que reconocen seguramente también los republicanos. La evidencia
nadie la discute.
Pero la monarquía
parlamentaria me sabe a presencia desnatada, sin conservantes ni colorantes. Es
una asepsia que no infecta, pero que tampoco le dice nada al paladar. Un
monarca parlamentario es un portavoz del gobierno de turno. Un ente sin
posibilidad de opinión siempre está por debajo de un ciudadano a quien nadie le
puede negar su capacidad de discernimiento. La sangre azul revierte en añil
aguado incapaz de despertar la visión hermosa de un color brillante. Y Felipe
VI no debe opinar sobre el paro, el hambre, los desahucios, la educación, la
sanidad. Le está prohibido. Cuando en los servicios informativos de radios y
televisiones se afirma que el rey se hizo eco de la economía del país, de las
necesidades del país, del presente o futuro del país, están diciendo en
realidad que el gobierno le ha entregado unos folios para que revele lo que el
gobierno piensa sobre esos temas. Toda la magnífica preparación del rey queda
reducida a un servicio al gobierno que tiene detrás. Y sin que lo siguiente
signifique ninguna falta de respeto a quien ostenta la jefatura del estado, me
atrevería a decir que es un locutor que narra lo que se cuece en la Moncloa.
A estas alturas alguien me
puede argumentar que un presidente de república desempeñaría también un papel
similar al del rey. No es del todo exacto, pero lo admito. No obstante, me
parece fundamental que confesemos que el presidente de la república es fruto de
una elección libérrima de la ciudadanía, mientras que un rey es la consecuencia
de un óvulo y un esperma coronados, de una cama enamorada donde se han amado
Sofía y Juan Carlos. Y algunos ya empiezan a pensar en la preparación militar e intelectual de una niña de 9 años,
Leonor, que proviene de Felipe rey y de una periodista hermosa como una brisa,
nieta de un taxista (despreciada por serlo), que estudió periodismo, presentó
telediarios, se casó, se divorció, dejó colgado a un novio televisivo y viste
vaqueros con la misma elegancia que un modelo de algún modisto español.
Si damos al rey lo que dicen
que es del rey, a lo mejor le estamos usurpando al pueblo lo que sin duda es
del pueblo.
1 comentario:
Me pregunto si los que cargan contra los que han pedido la consulta, aduciendo motivos legales y que ahora no toca. Y que éstos deben hacerlo por los cauces Constitucionales. Y uno que también ve algo de miedo a saber lo que el pueblo opina, sin más. ¿Dirán lo mismo cuando ese mismo pueblo cambien las mayorías actuales? Conclusión: Primera ya se inventarán otra cosa, “para adaptar el Evangelio a ellos”. Segunda ya sabemos a quién no hay que votar, si queremos una “Democracia participativa”.
¡Qué sencillo de entender son sus artículos! Un abrazo Rafael
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