¿EROTICA
O AMBICION?
Fue por el ochenta y tantos.
Felipe González era Presidente. Se llamaba
sencillamente Felipe. El González se le ha añadido después, cuando se
convirtió en ex, cuando ha llegado a consejero, cuando asesora como sabio a
Europa, cuando reclama un orden de cosas para la correcta organización del
país, cuando parece que le asustan las listas abiertas, cuando la pana se ha
cambiado por traje a medida, cuando no está de acuerdo con el empuje juvenil de
nuevos valores democráticos y sostiene la monarquía como portadora de valores
eternos. Antes de toda esta metamorfosis, allá por el ochenta y tantos, Felipe
era sólo Felipe. Lo de González le sobrevino después como una corona de esas
que coloca la historia sobre un coche fúnebre.
Suárez había guardado su
perfil elegante, su rostro que enamoraba cuando llegó a la presidencia.
Ocultaba ahora su inconfundible forma de bajar las escaleras para que nadie le
viera las cicatrices que le provocaban sus correligionarios de la UCD.
Y entonces apareció
ilusionante Felipe. Creando puestos de trabajo, negándose a la OTAN,
resucitando la alegría de la democracia joven y hermosa. Y alguien acuñó aquello
de la “erótica del poder” Y gustó. Y se
inventó la sanidad universal, las pensiones, las autovías modernizadoras, y la
entrada en Europa. Y disfrutábamos erecciones oníricas porque la libertad nos
permitía la desnudez alegre de la vida. Y cuando Felipe era Felipe, antes de
ser González, y prolongaba sus mandatos, los ciudadanos empezaron a sospechar
que también la presidencia de un gobierno debía incluirse en esa erótica del
poder, ese estremecimiento de militares cuadrados ante un presidente civil, ese
abrirse camino en un atasco con sirenas motorizadas, ese entrar en la Zarzuela
y que el Rey te abrace como a una amigo de siempre.
Franco nos había arrancado
la política de las entrañas. La democracia nos devolvió nuestra categoría de
ciudadanos y ejercíamos el derecho a elegir y concebir a los políticos como
servidores del pueblo, con el pueblo y para el pueblo. Presidir la cosa pública
consistía en permanecer las 24 horas de guardia a su servicio. Misión grande,
desinteresada, hermosa. Gastar todas las energías en empujar a un país para que
el bienestar fuera un patrimonio común, la igualdad una meta y la fraternidad
se uniera a esa santa trinidad.
“Y ya pasaron los
años…” Y se va produciendo una deflación
incompatible con esa erótica del poder. A Felipe le hemos añadido el González.
Y Evo Morales o Chaves se salen de sus esquemas de consejero del gas o de la
luz o de estas tinieblas democráticas de la desafección, la abstención o el
repudio de la política. UCD le partió a Suárez su hermosura y sólo la ha
recobrado cuando la muerte lo hundió en el alzheimer más absoluto y radical y
le hemos dedicado un aeropuerto para que los aviones le traigan los recuerdos
de aquella democracia inaugurada por entonces.
Y tengo la impresión de que
ya nada es servicio ciudadano en esta democracia de desengaños y despechos. Ni
siquiera se mantiene la erótica porque ella conlleva la sublime excitación ante
la piel, el beso o la mirada. Y se ha sustituido por la ambición, ese
sentimiento rastrero de mercadillo barato. Cuando un partido político se ve
envuelto en la más repugnante corrupción saca la cabeza y argumenta que esa
corrupción es transparente y que los propios corruptos se ofrecen para
entregarse a la transparencia más veraz. Y cuando un partido se descuelga de las
urnas porque los votantes necesitan voces claras que inyecten vida nueva,
aparecen los puñales brillantes de quienes están dispuestos a buscar corazones
amigos a quien matar con tal de ser proclamado líder de la renovación. Y
rodeado de cadáveres sonrientes, afirma con la boca llena de victoria que sus
compañeros le eligieron en un ejercicio de libertad democrática y en el alarde
de su voto soberano.
Ya nadie hace referencia a
la erótica de aquellos tiempos. Nadie pide una viagra por amor de dios. Todos
se han acostumbrado a una abstinencia genital y
se sienten definidos farisaicamente por una ambición de servicio, que es
sólo ambición sin vocación alguna de servicio.
Lo estamos viviendo estos
días de elecciones, de congresos, de listas abiertas o cerradas, de aspirantes
con cuchillos de pedrería, pero cuchillos al fin y al cabo.
Pero el pueblo está ahí.
Vigilante. Sorprendido. Exigente. Sabiendo lo que quiere porque la democracia
es decisión propia, propia responsabilidad y conoce el camino. Y ama la palabra
clara, la esperanza clara, el camino abierto del mañana que nadie puede cerrar.
Estoy contento. Alguien me
ha regalado la esperanza del futuro.
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