ALGUIEN
SE VIENE AL FUTURO
Parece que España empieza el
1.978. Ultimamente ha habido acontecimientos que uno pensaba ingenuamente que
podían enfilar la historia hacia un mañana. Incluso la ciudadanía da muestras
que estar empeñada en avanzar hacia coordenadas distintas en la construcción
del país.
El 15-M fue un grito que nos
llegaba desde el mañana. La ciudadanía intuía que había otras formas de hacer
política. Que ya era hora de arrinconar la pasividad y de exigir una voz activa
que fuera escuchada sin esos encubridores que sólo admiten la iniciativa
política para aquellos que han sido elegidos y que proclaman que hay que
esperar a unas nuevas elecciones para que el ciudadano tenga derecho a la
palabra, como si la palabra le hubiera sido arrancada por la propia democracia
como le es arrancada por una dictadura. Y
mientras tanto, la responsabilidad democrática queda arrinconada hasta que
nuevamente se instalen las urnas. La responsabilidad se reduce así a un voto
emitido cada cuatro años, desentendiéndose de la tarea cotidiana que conlleva
vivir en democracia. Hay mucho contertulio barato en televisiones y radios que
conceden el derecho a las exigencias ciudadanas sólo si se ganan unas
elecciones o si se aprovecha la oportunidad del voto cada vez que se abren las
urnas. Mientras tanto no hay derecho a
reclamar nada ni a exigir cambios en las directrices de un gobierno. Es un
mantra que repite continuamente la derecha, que encubre un hermetismo mental y un miedo a
la palabra como matriz fecunda de la historia. El poder lo ostentan
legítimamente los gobernantes, pero la democracia real reside en el pueblo.
Insultan y descalifican a todo aquel que se manifiesta en la calle como si la
calle no fuera el cauce por donde cuaja la tarea comunitaria de construir país.
Entre votación y votación, algunos instalan un vacío. El él puede ahogarse la
sociedad porque la papeleta es un cheque en blanco sin posibilidad de ser
revocada.
Con respecto a los últimos
acontecimientos (abdicación, llegada a la jefatura del estado de un nuevo
Borbón) algunos se remontan a un pasado lejano, muy lejano. Concretamente a
1.978. Y todo lo que allí sucedió se ha sacralizado hasta tal punto que se pretende
compatibilizar la finitud de la decisión temporal con una sacralidad eterna. La
Corona, el consenso, la Constitución se instalan en la actualidad como si el
tiempo y sus acontecimientos fueran transportables. Todos admiten la
posibilidad del cambio pero todos imposibilitan simultáneamente ese cambio. Una
contradicción insoportable desde la
esencia temporal de lo humano.
Todos conocemos las
coordenadas que condicionaron la asunción de la Corona incluyendo la
generosidad de sus contrarios. Y se acepta el sacrificio ideológico de muchos
que tuvieron que aparcar su visión de la sociedad para sacar adelante una
Constitución consensuada. Desaparecido tanto condicionamiento, es lógico que
nos planteemos una “refundación” de la democracia. Y aquí surge la extrañeza
que muestran muchos de aquellos que durante treinta y tantos años han hecho
ostentación de su generosidad al renunciar a sus principios en aras de una
democracia. Son los mismos que hoy se niegan a inaugurar nuevos derroteros
aferrándose, por pura cobardía, a aquella renuncia exigida por las
circunstancias. El Partido Socialista se niega a tantear nuevos derroteros
argumentando que quieren seguir siendo leales a la actitud tomada en 1.978.
Proclaman su republicanismo cardíaco, pero se niegan a poner en marcha ese
latido republicano que ha informado su historia. ¿Lealtad? Si hasta en el
matrimonio se rompe el amor “de tanto usarlo” resulta incomprensible esa
adhesión inquebrantable a una situación que hizo que la democracia naciera con
malformaciones franquistas. No tiene sentido la negativa a la curación que
permite el condicionamiento actual y de cara al futuro.
No sé si es el momento
oportuno para un cambio de la Constitución o de la forma de Estado. Lo que
nunca debería dañar a una y otro es la palabra del pueblo, la consulta, la
pregunta para que se pronuncie, porque la palabra en democracia nunca es
perjudicial sino su forma más genuina de irse haciendo en el tiempo.
El ser humano no es un dato.
Nunca debe cosificarse. Lo humano no es, sino que siempre está provisionalmente
siendo, abierto a la consecución de sí mismo. Lo humano es siempre lo que está
por ser. La definitividad no se compadece con la provisionalidad que dimana de
nuestro ser en el tiempo. La definitividad implica la muerte, dejar de ser,
dejar de estar vivos. La muerte es la postura definitiva de quien ya no se
enfrenta a su propio devenir.
¿Por qué algunos están
empeñados en cosificar la historia? ¿Por
qué pretenden hacer del pasado un dato arqueológico? ¿Por qué esa negación del dinamismo de la
historia? ¿Por qué esa sacralización del
ayer con el consiguiente desprecio al hoy?
¿Alguien se viene al futuro?
1 comentario:
Aunque poco futuro tengo ¡Allá voy! Que artículo más acertado, qué ganas, al terminar de leerlo me quedan de volver a pasar la vista por él.
Un abrazo Rafael.
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