domingo, 11 de enero de 2015

ANOCHECIENDO



Siempre anochece antes de anochecer.
Tiene prisa la luna.
Las calles están sin ti,
vacías de tus andares,
de tu ritmo cardíaco
palpitando en la cintura.
Tal vez tu sombra,
eco de tu carne,
se asome
para dar de comer a las estrellas.
Todo se precipita
para llegar a  ser cuanto antes
lo que debía ser luego.
Todo es vértigo, meno tú,
que te vas poco a poco como un sol tardío
para no hacer daño, supongo,
para no lastimar, supongo,
para no herir, supongo,
el último beso.
Pero te vas.
Anocheciéndote,
anocheciéndome,
repartiendo la luna por mitades iguales
para que duela menos la distancia.
Te vas
y se instala la noche
en las ramas de la sangre
colgada como cuelgan los recuerdos.
Tengo la obligación de emprender anocheceres
si pretendo seguir con la costumbre
de vivir, 
de estar,
de existir,
de morirme
tan sólo por la inercia de la pena
que me tocó en el reparto.
A lo mejor no anocheces
y te haces río
y te enamoras del mar,
y te vuelves inmensa
y no cabes en las manos
de esa oscuridad infinita
que soy,

que seré para siempre.

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