SEXAGENARIA
Aparcó en el carril-bus de la Gran Vía madrileña. Fue
hasta un cajero. Cuando regresó, encontró a unos guardias insolentes que no
tuvieron en cuenta que ella era nada menos que ella y la multaron. No sabían
esos analfabetos de uniforme con quién estaban hablando. Arrancó el coche donde
pasea a sus nietos. Derribó una moto. Casi atropella a un vigilante de
circulación y se escapó tarareando un chotis. La siguieron los guardias
municipales, los que durante muchos años habían sido vasallos directos. Los
miró por encima de sus gafas de lujo y les envió una sonrisa de desprecio.
Decididamente no sabían que perseguían a un título nobiliario.
Hacía tiempo que ella se regalaba a sí misma todos los
méritos. Tenía derecho porque la gloria es para el que se la trabaja y ella
llevaba en su mochila multitud de triunfos. Recordaba su elección como
presidenta. Fue hermoso cuando entre aplausos le colgaban ese título de
grandeza. Nadie pudo arrebatarla su gozo recién prendido en la solapa. Lo del
tamayazo fue algo sin importancia y que no lograba enturbiar el sol radiante de
aquel día. En todo caso su amado Francisco Granados, campeador de la decencia,
defendería la legitimidad de su elección y podría ostentar su presidencia por
los siglos de los siglos.
A veces guardaba su alegría en los adentros como un
bonsái. Pero llegaba un momento en que las raíces le atravesaban la piel y
explotaba la grandeza de su alma. Un día no pudo más y su humildad natural lo
desparramó por toda la asamblea: ella había descubierto y denunciado la gürtel.
Es verdad que la gürtel le había organizado actos electorales y apariciones
ante la masa. Pero nadie se había dado cuenta. Ella sí. Y permitió que
siguieran a su servicio hasta que algunos consejeros cometieron la imprudencia
de compartir euros con "el bigotes" Descargó el látigo sobre esos
consejeros y se mostró ante el pueblo como la gran domadora de ese circo donde
no se domesticaban leones, sino que se los mataba cumpliendo así un capricho de
grandeza. A lo mejor los leones del Congreso eran dos corruptos y ella los
había petrificado como un castigo de eternidad.
Era presidenta de todo. También del Partido Popular en
Madrid. Pero en realidad sólo se es presidente-presidente cuando se es de todo
el país. Cuarenta y tantos millones de vasallos no es lo mismo que cinco de una
comunidad. Gallardón andaba de rodillas, esperando, adulando, inclinándose.
Ella por el contrario era altiva, erecta como una giralda en celo, perforando
la hierba bajo los pies de Rajoy. Pero Mariano estaba contra el IVA de los
chuches y eso era un mérito suficiente para llegar a la Moncloa.
Un día muchos amigos entraron en la cárcel. Ella, cuya
biografía estaba llena de méritos, cazatalentos por herencia genética,
presidenta por los siglos de los siglos, supo apropiarse de un mérito nuevo y
estrenar la petición de perdón. Asumía su responsabilidad (la asumió por todos
los plató y todas las emisoras), pero no la encarnó en dimisión. Ahora que el
barco se hundía (ella dijo) tenía experiencia suficiente y suficientes ideas
como para llevarlo hasta la orilla y salvarlo. Ignorar que estaba rodeada de
corruptos elegidos por ella no era motivo de dimisión, sino un simple despiste
que tienen hasta los más inteligentes y perspicaces. Nadie sabía lo que
significaba asumir la responsabilidad. Ella tampoco. Pero era suficiente con
asumirla.
Y le surgió la gran idea redentora que arrinconaba la
corrupción para siempre. Sometería a un examen en profundidad a los candidatos.
Deberían superar un examen que dejara claro la esencia cristalina de cada
designado por ella, que en realidad no eran candidatos sino seres tocados por
el dedo divino de la presidenta de todo.
¿Tienes usted cuentas en Suiza? No. ¿Cuáles son sus bienes? Una hipoteca y un
coche de doce años. ¿Qué es la
corrupción? Una elección como es una
elección beber vino o cerveza. (Qué habrían bebido Granados y compañía) La
presidenta, tras este examen exhaustivo, sellaba su frente y le expedía un
certificado de vacunación vitalicia contra la corrupción. Los ángeles ya podían
ser alcaldes.
España desde entonces ya no es lo que era. El
mediterráneo volvía a ser la patria limpia de Serrat. Ni pujoles, ni fabras, ni
Urdangarín, ni ERES andaluces, no Castilla la Mancha, Ni Castilla León, ni
Madrid. La presidenta de todo había asumido y digerido toda la corrupción y nos
había redimido del pecado más oscuro.
Me admira la capacidad que tienen algunas sexagenarias.
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