LA DEMOCRACIA NACE EN EL ASFALTO
Tal vez deberíamos renovar todos los días el
convencimiento de que queremos vivir en democracia. Porque la democracia no es
algo sobrevenido, sino una elección vital. O bien que nos naciera de tan
adentro esa convicción que nos llevara a amarla y comprometernos con ella hasta
el punto de vincularnos a su estilo de modo reflejo. La democracia no es un
negocio piramidal de esos que brotan de vez en cuando entre un grupo de gente
cuya cúspide sólo tiene interés en la base en la que se sustenta en la medida
que amplía sus contactos y la enriquece. La democracia nace en el asfalto, a
ras de suelo.
La democracia no son los otros. La democracia soy yo
en cuanto acepto sentirme responsable de los demás y en la medida en que
gozosamente acepto que los demás se unan a mi esfuerzo creador para entre todos
construir un mundo de todos y para todos.
La democracia es la calle. En el asfalto nace,
expandida como una plaza grande, y va adelgazando hasta su cúspide, donde
residen los políticos libremente elegidos. En su cumbre, con conciencia de
vértice vulnerable y en todo momento dependiente de la base electora, los
políticos deber ser conscientes de que su labor es la encomendada por las bases
y saber que sólo la vocación de servicio puede sustentarlos en la legitimidad
de su quehacer.
Es frecuente tener que soportar que algunos argumenten
que una democracia representativa puede desprenderse de ese mandato que nace en
el asfalto y justificar así decisiones al margen del pueblo, como si una vez
elegidos pudieran acaparar el poder absoluto y absolutista como cuando el poder
venía directamente de un dios que se desentendía del factor humano y otorgaba
al soberano un poder de origen divino desentendido de las aspiraciones
ciudadanas. El monarca mandaba por delegación divina y había que acatar sus
decisiones como palabra del altísimo. Esta visión inconfesable del poder parece
conformar la visión política de algunos con exclusiva conciencia de vasallo y
de políticos con posturas dictatoriales disimuladas.
Según el reciente baremo del CIS, el paro es la
principal preocupación de los españoles. En segundo lugar aparece la corrupción
política. Comprensible. El litoral mediterráneo es un mar de tiburones. Sigue
por Andalucía y Castilla La Mancha y asciende, vía Comunidad de Madrid, hasta
Galicia. La hermosa España se ha convertido en la maloliente España. El humus
nos ahoga hasta el punto de que nos invade una podredumbre interior capaz de
infectarnos los ojos y cegar una visión que nos lleva a juzgar equívocamente
ese vértice donde vive la denominada clase política, condenado a todos por unos
pocos. Esa nube en las pupilas nos hace
pronunciar un juicio equivocado y peligroso, terriblemente peligroso porque en
ese caldo de cultivo siempre acechan los salva patrias con tanques en el pecho
y cachas brillantes de pistolas. Todos los partidos aseguran que hay que acabar
con la corrupción y todos prometen emprender medidas eficaces contra ella.
¿Pero qué medidas son esas?
Esperanza Aguirre, a la que algunos denominan animal
político (yo sólo veo la animalidad, pero no encuentro lo de político) ha
aparecido últimamente con el busto por encima del micrófono y los pies por
debajo del atril golpeando el trasero de
Rajoy. Y haciendo un alarde de cinismo corrupto (perdonen el pleonasmo) ha
dicho que asume su responsabilidad con respecto al personaje por ella elegido,
defendido y ensalzado llamado Francisco Granados. Y ha repetido por todos los
platós y emisoras esa decisión de asumir su responsabilidad. ¿Pero en qué ha
consistido esa asunción de responsabilidad?
¿En dimitir de la presidencia del PP en Madrid? No. Más bien dice ser una víctima tan
engañada como el pueblo llano por un alcalde ascendido por ella a consejero,
senador más tarde y ahora a presidiario por arte y gracia de la justicia. Ella
es una víctima, asegura. Si no supo a quién elegía no vale para dirigente. Si lo supo y no tomó medidas, es tan corrupta
como ellos. ¿Por qué entonces sigue dirigiendo? ¿Qué significa en este caso
asumir la responsabilidad? Ahí queda la interrogante.
Carlos Cúe le pregunta a María Dolores Cospedal si
tiene una explicación clara para desmentir al juez Ruz que asegura en un auto
que las obras de Génova se hicieron con dinero negro y el periodista le urge a
que aclare la situación. La Secretaria General no responde a la pregunta y con
el mismo cinismo corrupto (perdonen de nuevo el pleonasmo) dice que el PP. ha
hecho todo lo que ha podido para ayudar a la justicia.
El país es una enorme pregunta. Los dirigentes
políticos de los distintos partidos son un silencio sacrílego.
Los que han sido elegidos para estar en la cúspide han
perdido la conciencia de que la democracia nace en el asfalto. Tal vez hemos
dejado de vivir en una democracia y nos hemos resignado a un absolutismo
áspero.
Tal vez debería convencernos de que queremos vivir en
una democracia y ser consecuentes con esta aspiración
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